
La noche de este domingo 2 de marzo visité el cinema Bardot en la rua das piedras de Buzios. La misma noche de carnaval que Brasil hace historia en los Oscar. ¡Qué timing el mío, ¿eh?! Mientras la samba retumbaba afuera y los cariocas saltaban de alegría por las calles, yo me escabullí para ver Aún estoy aquí de Walter Salles, ganadora del Oscar como la Mejor Película Internacional. Una película que te deja el corazón en carne viva y la conciencia alerta.
Vamos por partes: Walter Salles regresa a sus raíces con esta adaptación de las memorias "Ainda estou aqui" de Marcelo Rubens Paiva. ¡Y qué regreso! Después de años de ausencia en el cine brasileño, Salles presenta una historia que pulsa en la herida abierta de la dictadura militar brasileña. Una herida que, aunque cicatrizada en superficie, sigue supurando en el alma colectiva del país.
La película cuenta la historia de Eunice Paiva (interpretada magistralmente por Fernanda Torres), quien se transforma de ama de casa a activista tras la desaparición de su esposo, el diputado Rubens Paiva. La evolución de Torres en pantalla es como ver a una mariposa emerger de su capullo - solo que este capullo está hecho de dolor, incertidumbre y resistencia silenciosa.
¿Saben esa sensación cuando te sumerges en agua fría y por un momento todo tu cuerpo grita "¡sácame de aquí!"? Así es ver Aún estoy aquí. El film te transporta a una época oscura con tal precisión que llegas a sentir terror, pero al mismo tiempo, no puedes dejar de ver la pantalla. Y para transmitir esta sensación, Walter Salles no necesita efectos especiales ni artificios narrativos - su cámara observa con una intimidad casi intrusiva, como si fuéramos testigos silenciosos en cada habitación.
Fernanda Montenegro (sí, la misma de Estación Central de Brasil) interpreta a la Eunice anciana con una fragilidad que oculta una fortaleza interior indestructible. Su batalla contra el Alzheimer se convierte en una metáfora brutal sobre la memoria colectiva de Brasil. Porque, queridos lectores, ¿qué es un país sin memoria? Un barco a la deriva, eso es.
La fotografía de Aún estoy aquí merece párrafo aparte. Walter Carvalho captura la luz de Río como si fuera un personaje más - brillante y vital en los momentos de felicidad familiar, opaca y sofocada durante los años de plomo. El contraste entre el colorido Brasil de postal y los grises de la represión nunca ha sido tan elocuente.
No les voy a mentir, salí del cine con un nudo en la garganta y la sensación de que algunas películas no se ven, se viven. Aún estoy aquí no es solo un retrato de una familia desgarrada por la dictadura - es un testamento de cómo el amor y la dignidad pueden florecer incluso en las circunstancias más asfixiantes.
En tiempos donde algunos añoran "los buenos tiempos de mano dura", películas como esta son más necesarias que nunca. Porque como dice un personaje: "La justicia llegará, aunque tengamos que esperar sentados". Y vaya si Eunice Paiva esperó, no sentada, sino de pie, firme como esos árboles centenarios de la Amazonía que ni las motosierras logran derribar.
En fin, mientras afuera Brasil celebraba su noche de carnaval y quizás algún que otro premio internacional, dentro del cinema Bardot, un puñado de espectadores celebrábamos algo más íntimo: el triunfo de la memoria sobre el olvido. Porque como demuestra esta joya de Salles, a veces recordar es el acto político más radical que existe.
Si tienen la oportunidad, no se la pierdan. Lleven pañuelos, prepárense para incomodarse y, sobre todo, para recordar. Porque como diría la propia Eunice: seguimos aquí.
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