La Unesco acaba de declarar al bolero como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. La propuesta la hicieron Cuba y México, lo cual resulta más que comprensible, tomando en cuenta que fue en la isla antillana donde nació la que se considera la expresión musical romántica latinoamericana por excelencia, mientras que en la nación azteca encontró una de sus canteras más productivas en cuanto a su desarrollo y evolución.
En otros países de nuestro continente también han surgido históricamente eminentes compositores de boleros y boleristas. Situándonos en Venezuela, es oportuno recordar algunos de sus momentos estelares, referidos a sus creadores y cultores.
Hay títulos de indispensable mención a la hora de contar la historia del bolero en nuestro país. Uno de ellos es Vida consentida, del tocuyano Homero Parra, autor paradójicamente más conocido como dirigente de Acción Democrática que como compositor, antes del advenimiento de esta mal llamada y autocrática quinta república.
El intérprete que dio a conocer Vida consentida fue el cubano Lino Borges, quien la grabó en 1964, a instancias del empresario discográfico José Pagés, también cubano, quien entonces, estrenando su exilio del castrismo, acababa de mudar a Caracas el sello Velvet. El éxito fue inmediato y se erigió en una de las cartas de presentación de su intérprete, quien nunca más volvió a tener, por lo menos en Venezuela, otro éxito de la misma resonancia.
Alfredo Sadel, el bien llamado “Tenor favorito de Venezuela” y el primer ídolo de rango internacional que tuvimos, también estrenó e hizo suyos dos de los boleros más emblemáticos hechos en Venezuela: Escríbeme, de Guillermo Castillo Bustamante y Desesperanza, de María Luisa Escobar. También cantó Me queda el consuelo, de Aldemaro Romero, uno de sus pocos boleros, al igual que lo es Qué vale más en el caso de Simón Díaz.
Otros dos bolerazos surgidos en esta tierra están dedicados, no a una mujer o a un amor imposible, sino a dos ciudades: Caracas vieja, del maestro Billo Frómeta y Puerto Cabello, de Italo Pizzolante, popularizado por Felipe Pirela, este último considerado el más grande de nuestros intérpretes de esta expresión. Pirela fue bautizado internacionalmente como “El bolerista de América”.
¿Y cómo olvidar Ladrón de tu amor, uno de los grandes hitos del repertorio de Gualberto Ibarreto? Se lo compuso Enrique Hidalgo para incluirlo como tema musical de la telenovela Leonela, de Rctv.
Entre las vocalistas femeninas brilla la gran Estelita del Llano, muy influida por el estilo de Olga Guillot, la temperamental intérprete cubana, adorada por los amantes del género. De Estelita, nuestra propia “Reina del bolero” (así la llaman) quedó para siempre su principal carta de presentación: Tú sabes, una canción brasilera adaptada a este ritmo por el productor y compositor Johnny Quirós.
Otras buenas intérpretes venezolanas del bolero son Esperanza Márquez y María Teresa Chacín, esta última una de las voces favoritas de Armando Manzanero, con quien llegó a grabar un disco y estrenó algunas de sus canciones. María Teresa grabó también otros dos notables boleros: Algo contigo, del argentino Chico Novarro y Me borraré, del larense Ignacio Izcaray.
Con su estilo único, Soledad versionó, en un elepé que grabó en Madrid en 1980, trece títulos de los más representativos del bolero, entre ellos Nosotros, La mentira, La noche de anoche, Miénteme, Alma mía, Quisiera ser y Sabor a mí, todos revestidos de su poderosa e inimitable fuerza vocal e interpretativa.
En este grupo de damas del bolero destaca igualmente Antonietta, debutante en la música en los años 80 con un elepé de canciones de la cubana Concha Valdés, cuyos temas estaban teñidos de erotismo y como ejemplo valdría mencionar a Haz lo que tú quieras, que formó parte de ese álbum.
Graciela Naranjo, Rafa Galindo, Wladimir Lozano y José Luis Rodríguez (en su época con la Billo’s Caracas Boys) también ocupan un lugar preeminente en este listado de exponentes nacionales del bolero, con el cual celebramos que este ritmo tan romántico haya sido declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Nada más y nada menos.
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