Amén, Francisco responde. Una cara poco conocida del Papa
- Juan E. Fernández, Juanette
- hace 18 minutos
- 4 Min. de lectura

Son las 6 de la mañana en Buenos Aires. Abro WhatsApp todavía medio dormido y me encuentro con 15 mensajes. El primero que leo, es de mi ex compañero de colegio
Francisco Muñoz desde Madrid, quien escribe: "Se murió el Papa Francisco". Los
demás decían lo mismo. Adiós a mi columna sobre Cuarón y Sorrentino que ya tenía
escrita para esta semana. Perdón, maestros del cine, pero hay noticias que lo cambian
todo.
¿Y qué mejor forma de recordar al pontífice argentino que a través de ese documental
que capturó su esencia como ningún otro? Me refiero, claro, a Amén, Francisco
responde, esa joya audiovisual que ahora, con la partida de su protagonista, adquiere un valor histórico.
Un papa que salió del Vaticano para entrar en la vida real
Vamos a los hechos: un papa de 85 años abandona la pompa vaticana y se planta en el
Pigneto, uno de los barrios más alternativos de Roma. No lleva séquito imponente ni
discursos preparados. Solo una silla, sus lentes y una disposición genuina para hablar de
tú a tú con diez jóvenes. ¿A quién se le ocurre semejante idea? A Francisco,
obviamente, y a los directores Jordi Évole y Marius Sánchez, que tuvieron la visión de
capturar este momento irrepetible.
Lo revolucionario no es solo que el Papa accediera a este formato. Es que aceptó hablar
sin filtros sobre temas que históricamente la Iglesia ha tratado con pinzas o directamente
evitado: aborto, homosexualidad, feminismo, abusos eclesiásticos y salud mental.
La lección magistral del silencio atento
Lo que más me impactó al ver este documental fue darme cuenta de que Francisco no
estaba allí para adoctrinar, sino para aprender. Observarlo escuchar —con esa mirada
atenta, esos silencios respetuosos, esa capacidad para no interrumpir incluso cuando le
estaban cuestionando duramente— fue una lección más potente que cualquier encíclica.
"El Papa escucha, habla, es parte de una conversación, donde también es necesario el
silencio atento" decía el material que me llegó sobre el documental. Y es verdad. En un
mundo donde todos queremos tener la última palabra, donde las redes sociales premian
al que grita más fuerte, ver a una de las figuras más poderosas del planeta dedicarse
simplemente a escuchar tiene algo de revolucionario.
Hay una escena que no puedo sacar de mi cabeza: cuando uno de los jóvenes le habla
sobre su experiencia como inmigrante musulmán, y Francisco, en vez de soltar una
respuesta preparada, simplemente asiente y dice que no basta con tolerar e incluir, sino
que hay que integrar. Ese momento condensa perfectamente lo que fue su pontificado:
un intento constante de tender puentes donde otros veían solo abismos.
El papa que prefería equivocarse a quedarse inmóvil
"Prefiero una Iglesia accidentada a una Iglesia enferma", dijo Francisco en algún
momento. Y vaya que se mantuvo fiel a esa frase. Este documental es la prueba más
clara de su disposición a arriesgarse, a exponerse a críticas, a mostrar una vulnerabilidad
que rompe con siglos de distancia hierática entre el papado y los fieles comunes.
Los diez jóvenes seleccionados no eran precisamente los más dóciles o predecibles.
Había quienes cuestionaban abiertamente los dogmas, quienes tenían heridas profundas
por experiencias con la Iglesia, quienes buscaban respuestas difíciles. Y Francisco no se
escondió. Se sentó ahí, con ellos, y les dio algo que muchos líderes nunca ofrecen: su
tiempo y su atención sincera.
La fraternidad no es negociable
Una de las frases más potentes que dejó Francisco en el documental es que "jamás
negociará la fraternidad". Y es que, si algo definió a este papa argentino, fue su
capacidad para hacer sentir a todos —creyentes o no, católicos practicantes o alejados
de la Iglesia— que había un lugar para ellos en su visión del mundo.
El documental de Évole y Sánchez logra capturar esa cualidad tan especial de
Francisco: su horizontalidad. No hay púlpito ni trono aquí, solo una conversación entre
seres humanos. Como dijo Sofía Fábregas, vicepresidenta de producción de Disney+ en
España: "Que el papa Francisco se siente a dialogar con jóvenes que están en la periferia
de la Iglesia católica con esta honestidad y cercanía le da un enorme valor a este
especial".
Y yo añadiría: no solo le da valor al especial, sino que define el legado de este hombre
que revolucionó el papado con gestos tan simples como lavarse las manos en una
prisión, abrazar a un hombre con el rostro desfigurado o, en este caso, sentarse a
escuchar sin juzgar.
Un documental que ahora es testamento
Con su partida, Amén, Francisco responde adquiere un nuevo significado. Ya no es
solo un innovador ejercicio de comunicación o un experimento audaz. Es un testamento
visual de lo que Francisco entendió mejor que muchos: que la verdadera autoridad no
viene de los títulos o las vestiduras, sino de la capacidad de conectar genuinamente con
los demás.
"Yo aprendí mucho de ustedes en este encuentro pastoral. Les agradezco el bien que me
han hecho" les dijo Francisco a los jóvenes al final del encuentro. Esa humildad, esa
disposición a reconocer que incluso el líder de una institución nacida hace más de 2000
años puede aprender de unos veinteañeros, es quizás el mayor legado que nos deja.
La foto sinodal que quedará para siempre
El documental fue descrito como una "foto sinodal", una imagen práctica de lo que
significa la sinodalidad que tanto promovió Francisco. Y ahora que ya no está entre
nosotros, esa imagen queda como testimonio de un papa que entendió que la Iglesia del
siglo XXI no podía seguir funcionando como la del siglo XVI.
Para los creyentes, este documental muestra a un hombre de fe dispuesto a ampliar los
límites de lo que significa ser Iglesia. Para los no creyentes, presenta a un líder mundial
capaz de tender puentes imposibles. Y para todos, es un recordatorio de que el diálogo
genuino —ese donde no solo hablas, sino que realmente escuchas— es el punto de
partida para cualquier cambio significativo.
Si todavía no has visto Amén, Francisco responde, corre a Disney+ y dale play. Créeme
que, seas del credo que seas, encontrarás en esos 80 minutos más sabiduría que en
muchos tratados de filosofía. Y entenderás por qué la partida de este papa argentino deja
un vacío tan difícil de llenar.