Aranceles y repliegue: Graves errores estratégicos
- Vladimir Gessen
- hace 18 horas
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Un retorno al proteccionismo y ensimismarse como país tendrá un costo grave para la nación aún más rica y desarrollada del mundo, los EE.UU.
En un giro que recuerda a épocas pasadas marcadas por nacionalismos económicos, el gobierno de los Estados Unidos ha decidido volver a imponer altos aranceles a los productos importados. Esta medida, promovida con el objetivo de fortalecer la industria nacional, busca que las empresas regresen a producir dentro del territorio estadounidense, replicando el modelo económico previo al auge del libre comercio. Sin embargo, esta estrategia no solo está anclada en una visión nostálgica del pasado, sino que puede convertirse en una trampa económica, política y geoestratégica que socave el liderazgo global de los Estados Unidos.
La ilusión de ¿volver a un pasado que ya no existe?
El objetivo declarado de la política arancelaria actual es que empresas estadounidenses vuelvan a establecer fábricas en suelo nacional, como sucedía durante la era “fordista” del siglo pasado, que fue un modelo de producción industrial y organización del trabajo que se desarrolló en las primeras décadas del siglo XX, y que se asocia principalmente con Henry Ford, fundador de la Ford Motor Company. Fue un sistema revolucionario en su momento, y tuvo un impacto profundo en la economía, la sociedad y el desarrollo del capitalismo moderno. No obstante, las condiciones que permitieron ese modelo han desaparecido. Hoy, producir en Estados Unidos es significativamente más costoso que hacerlo en países con estructuras laborales, energéticas y fiscales más competitivas.
Distintas fábricas estadounidenses producen principalmente en Asia. Al imponer aranceles a distintos países asiáticos los materiales manufacturados en el exterior por estas compañías de EE.UU., sus productos terminados aumentarán de precio, afectando directamente al consumidor estadounidense. El resultado será una paradoja: “proteger a las empresas estadounidenses” encarecerá sus propios productos para el pueblo estadounidense, quienes pagarán de forma directa esos impuestos.
El caso John Deere o cómo el proteccionismo actúa
John Deere, uno de los mayores fabricantes de maquinaria agrícola del mundo y símbolo de la industria estadounidense, anunció recientemente la apertura de una planta de producción en México. La razón es simple, producir tractores en Estados Unidos con insumos como el acero y el aluminio sujetos a aranceles, por el gobierno, le hace imposible a esta empresa competir en el mercado mundial, especialmente en países como China, India y Brasil.
En cambio, al trasladar parte de su producción a México —país con acuerdos de libre comercio y acceso preferencial a múltiples mercados— John Deere puede seguir exportando a más de 3 mil millones de consumidores sin los costos adicionales que impone el proteccionismo estadounidense. Esta decisión empresarial responde a la lógica de supervivencia y eficiencia, no a falta de patriotismo.
Efecto inverso y anti-desarrollo del proteccionismo
El proteccionismo busca atraer inversiones a Estados Unidos, pero está logrando lo contrario. Ante un mercado doméstico de 350 millones de consumidores frente a los miles de millones que ofrece la economía global, las empresas prefieren producir en países abiertos al libre comercio.
Cerrar el mercado estadounidense equivale a limitar la ambición económica de sus empresas al consumo interno. Esta estrategia no solo las hace menos competitivas, sino que incentiva su deslocalización hacia economías con reglas más abiertas, erosionando así el objetivo inicial de fortalecer el empleo y la industria nacional.
Lecciones históricas: proteccionismo como preludio de conflictos
El siglo XX ofrece duras lecciones sobre los peligros del proteccionismo. La Ley de Aranceles Smoot-Hawley promulgada el 17 de junio de 1930, fue una legislación estadounidense que aumentó significativamente los aranceles sobre más de 20,000 productos importados. Su objetivo era proteger a los agricultores y fabricantes estadounidenses de la competencia extranjera durante los inicios de la Gran Depresión. Sin embargo, esta medida tuvo consecuencias económicas negativas tanto para Estados Unidos como para la economía global.
Aunque la intención era estimular la economía nacional, la ley provocó una serie de represalias por parte de otros países, que también aumentaron sus aranceles. Esto condujo a una drástica reducción del comercio internacional. Entre 1929 y 1934, el comercio global disminuyó aproximadamente un 65%, exacerbando la crisis económica mundial. La imposición de aranceles agravó la Gran Depresión al reducir drásticamente el comercio internacional. Esto provocó represalias arancelarias de otros países y alimentó tensiones económicas que, en parte, desembocaron en el auge del autoritarismo en Europa y las dos guerras mundiales.
Diversos estudios, como el de Eichengreen y Irwin (2009), demuestran cómo las políticas proteccionistas antes y después de la crisis de 1929 exacerbaron el colapso económico global. Posteriormente, el orden liberal internacional impulsado por los Estados Unidos —mediante instituciones como el GATT y luego la OMC— promovió el libre comercio como pilar del crecimiento, la cooperación y la paz.
La revolución económica-social del libre mercado
Desde la segunda mitad del siglo XX, el mundo ha sido testigo del mayor salto tecnológico, económico y social de la historia humana. Las teorías promovidas por la Escuela de Chicago —en especial las de Milton Friedman— fomentaron la desregulación, la reducción del gasto estatal y la apertura comercial. Aunque sus políticas fueron inicialmente controversiales, países que adoptaron gradualmente estos principios, como Alemania, Corea del Sur, Chile, Singapur y Taiwán, experimentaron un desarrollo acelerado.
Este paradigma se consolidó como la base de la globalización. Según datos del Banco Mundial, el PIB global per cápita se ha multiplicado por más de cinco desde 1960.
GDP per capita (constant 2015 US$)
Otro enorme logro fue que la pobreza extrema cayó del 42% en 1981 a menos del 8% en 2019, según estimaciones de la ONU. Estados Unidos fue el gran arquitecto de esta transformación. Pero hoy corre el riesgo de traicionar su propia historia.
Ciencia, tecnología y liderazgo: el seguro camino
Si Estados Unidos quiere mantener su liderazgo global, debe enfocarse en sus ventajas comparativas reales: la ciencia, la innovación tecnológica, la propiedad intelectual y la educación superior. Universidades como MIT, Stanford y Harvard siguen liderando el desarrollo de nuevas tecnologías, desde inteligencia artificial hasta biotecnología. Es aquí donde reside la nueva riqueza de las naciones.
Exportar ciencia y tecnología, más que autos o electrodomésticos, representa el verdadero futuro económico del país. Invertir en investigación y desarrollo, descubrir nuevos conocimientos y promover nuevas tecnologías, productos o procesos, fomentar el talento, patentar nuevas soluciones y colaborar con otros mercados globales es una estrategia mucho más poderosa que cerrar las fronteras comerciales. Todo lo cual impulsa la innovación, en su conjunto, estos procesos suelen dominar sectores clave a nivel mundial. A la par, se logra mayor eficiencia energética y contribuye a un crecimiento económico sostenible siendo fuentes del crecimiento del PIB a largo plazo.
¿Un error económico que puede costar muy caro?
El proteccionismo contemporáneo, lejos de reindustrializar a Estados Unidos, amenaza con desindustrializarlo aún más al aislarlo de los mercados más dinámicos del mundo. Rechazar el libre comercio equivale a limitar el potencial de sus empresas, castigar al consumidor, expulsar inversiones, y perder influencia global.
Estados Unidos necesita una visión integral del siglo XXI, no un regreso a los errores del siglo XX. Debe mirar hacia China, India, Brasil, Europa, el sudeste asiático, África y América Latina no como amenazas, sino como socios potenciales. Un mercado de 350 millones como el de EE.UU., es importante, pero palidece frente a los más de 7.650 millones de personas que constituyen el resto del mundo.
La historia enseña que el proteccionismo es una receta para el estancamiento, el conflicto y la decadencia. El liderazgo de los Estados Unidos no se restaurará levantando muros, sino construyendo puentes hacia el futuro. Y ese porvenir se llama cooperación, ciencia y apertura al mundo.
¿Confrontar o cooperar? Estrategia global de Estados Unidos
En un mundo interdependiente, marcado por una economía globalizada, avances tecnológicos sin precedentes y desafíos transnacionales como el cambio climático, las pandemias, el terrorismo y la inteligencia artificial, la gran pregunta estratégica que enfrenta Estados Unidos no es si debe liderar, sino ¿cómo debe hacerlo? ¿A través de la confrontación con aliados y adversarios por igual? ¿O mediante una visión estratégica basada en alianzas, cooperación y liderazgo constructivo como lo hizo en los mejores momentos de su historia?
Lecciones del pasado: cuando EE.UU., unió y lideró al mundo
En lugar de erigir muros —físicos o comerciales—, las etapas de mayor crecimiento y respeto internacional para Estados Unidos vinieron cuando tendió puentes. Cinco ejemplos clave de la historia reciente ilustran cómo el liderazgo estratégico, no la confrontación, transformaron tanto a este país como al mundo:
El Plan Marshall – Reconstrucción de Europa (1948)
Tras la devastación de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos no impuso sanciones ni se encerró en el nacionalismo económico. Al contrario, lanzó un programa masivo de ayuda económica para reconstruir Europa. El resultado fue el renacer de democracias estables y una Europa aliada por décadas.
El Plan Marshall es aún el símbolo del poder blando y la estrategia inteligente de influencia. Estados Unidos no solo ganó mercados, ganó la confianza, el respeto y el liderazgo moral.
Dwight D. Eisenhower y Europa
Fue un General de Cinco Estrellas en el Ejército de los Estados Unidos. Su título oficial fue "General of the Army", y recibió esta designación el 20 de diciembre de 1944, al ser nombrado Comandante Supremo de las Fuerzas Aliadas en Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Es una de las figuras militares y estratégicas más importantes del siglo XX por ese motivo. Luego, el presidente Eisenhower desempeñó un papel crucial en el fortalecimiento de Europa occidental durante su propia presidencia (1953–1961), especialmente en el contexto de la Guerra Fría. Eisenhower fue el primer comandante supremo de la OTAN antes de convertirse en presidente (1951–1952). El General Eisenhower entendía que una Europa fuerte, estable y aliada era vital para el equilibrio global y la contención de la expansión soviética.
Como presidente, reforzó el compromiso de EE.UU., con la OTAN, aumentando su presupuesto militar y asegurando la presencia permanente de tropas estadounidenses en Europa como elemento disuasorio frente a la Unión Soviética. Promovió la cooperación militar y la interoperabilidad entre las fuerzas aliadas. Aunque el Plan Marshall terminó formalmente en 1952, Eisenhower continuó con programas de ayuda económica y militar a Europa a través de la Mutual Security Act. Estos programas estaban dirigidos a mantener la estabilidad económica y fortalecer a Europa occidental. Eisenhower apoyó la integración de Europa Occidental, viendo en la Comunidad Económica Europea (CEE) una forma de fortalecer aliados democráticos y hacer más eficiente la cooperación continental. Apuntaló los avances hacia lo que hoy es la Unión Europea, reconociendo que una Europa unificada sería un mejor socio político y comercial e igualmente consolidó y amplió el papel de Estados Unidos como garante del orden liberal en Europa. Su presidencia fue clave para mantener la paz, evitar la expansión soviética y fortalecer tanto a la OTAN como a la naciente Comunidad Europea. Esta historia de Estados Unidos no se puede borrar. Negar nuestra posición existencial es extremadamente amenazador tanto social como psicológicamente porque rompe la identidad de los estadounidenses. Como psicólogo y analista político debo expresar que negar esta historia —la de un Estados Unidos que lideró, unió y reconstruyó Europa con visión, fuerza y generosidad— es más que un error. Es una forma de amputar nuestra memoria colectiva. Renunciar a esa identidad no solo debilita nuestra política exterior, sino que también fractura el alma de la nación. Porque desmentir nuestra posición existencial en el mundo es, al mismo tiempo, denegar quiénes somos. Y eso es profundamente peligroso —estratégicamente— ya que desarraiga al pueblo estadounidense de su sentido de propósito, rompe su cohesión interna, y debilita el liderazgo moral que ha sido, históricamente, nuestra mayor fortaleza.
La Alianza para el Progreso – Kennedy (1961)
Con visión humanista y hemisférica, John F. Kennedy propuso una alianza entre Estados Unidos y América Latina basada en el desarrollo económico, la educación, la salud y la democracia. Su idea era clara: la paz duradera solo se logra con justicia social y cooperación mutua, no con intervención ni proteccionismo.
"Nos proponemos completar la revolución de las Américas: una revolución económica que eleve el nivel de vida de todos nuestros pueblos y una revolución política que garantice los derechos de los hombres y las instituciones libres." —JFK
Aunque incompleta, esta iniciativa sembró una narrativa de cooperación norte-sur que hoy necesita ser retomada ante la expansión de China en la región.
La apertura hacia China – Nixon y Kissinger (1972)
En plena Guerra Fría, Richard Nixon y Henry Kissinger sorprendieron al mundo con un giro diplomático magistral: reestablecieron relaciones con la República Popular China. Esto no solo modificó el equilibrio de poder con la URSS, sino que insertó a China en el sistema internacional con visión estratégica.
Lejos de optar por el aislamiento, EE.UU., eligió una diplomacia audaz, basada en intereses comunes y realpolitik. Ese movimiento transformó el siglo XX. Hoy, la lógica de confrontación abierta con China puede convertirse en una trampa. La clave es competencia sin ruptura. Es renovar, adaptar y expandir la estrategia Nixon y Kissinger
El diálogo con la URSS – Reagan y Gorbachov (década de 1980)
Pese a su fama de duro anticomunista, Ronald Reagan entendió que la retórica debía ir acompañada de canales diplomáticos. En su trato con Mijaíl Gorbachov, impulsó negociaciones históricas como el Tratado INF de eliminación de misiles nucleares de mediano alcance, que puso fin a una etapa crítica de la Guerra Fría.
El resultado no fue solo la reducción del riesgo nuclear, sino el colapso pacífico de la URSS. Reagan fue firme, pero construyó una salida honorable y pacífica para su adversario.
El dilema actual: ¿frente común o conflicto múltiple?
Hoy, Estados Unidos enfrenta tensiones con China, su mayor competidor económico y tecnológico, con Rusia, con desafíos geoestratégicos en Europa del Este y el ciberespacio, con Europa, cada vez más autónoma en defensa, energía y comercio, con México y América Latina, donde pierde influencia frente a China, y con Canadá, Australia, Japón, que observan con preocupación las señales de proteccionismo y unilateralismo de Washington.
La estrategia de confrontación simultánea con aliados y adversarios no es sostenible. Aislarse, imponer aranceles, desconfiar de sus propios socios comerciales y políticos, y preferir la competencia sin diálogo, puede llevar a una erosión del liderazgo global de EE.UU., en favor de potencias emergentes, como China, India, Rusia y Brasil.
Una nueva estrategia: alianza global para el siglo XXI
Siguiendo las mejores tradiciones de su historia, Estados Unidos debería:
Reactivar alianzas estratégicas con Europa, Canadá, Australia, Japón, México e Hispanoamérica. Construir relaciones de competencia pacífica con China, promoviendo estándares comunes en tecnología, comercio y derechos humanos. Establecer pactos globales sobre IA, cambio climático y ciberseguridad, donde el liderazgo científico y tecnológico de Estados Unidos es y sea vital. Convertirse en el gran exportador de ciencia, conocimiento y valores democráticos, en lugar de encerrarse en la lógica solamente defensiva del proteccionismo. También, impulsar un nuevo “Plan Marshall Verde” para América Latina, África y Asia, que combine sostenibilidad, innovación y desarrollo humano.
Liderar no es dominar, es inspirar
Estados Unidos aún conserva en sus manos una de las responsabilidades más trascendentales de nuestra era: marcar el rumbo hacia un mundo más justo, más estable, más solidario y profundamente más innovador. No sería la primera vez. Ya lo hizo antes, en sus horas más luminosas, cuando eligió no replegarse en el miedo, sino avanzar con coraje hacia los desafíos globales.
El verdadero liderazgo del siglo XXI no se edifica levantando barreras arancelarias, ni deshaciendo alianzas, ni librando guerras comerciales que nos alejan de nuestros propios principios. Se forja construyendo puentes, invirtiendo en ciencia y conocimiento, apostando por la inteligencia colectiva, por una diplomacia audaz, estratégica, y por la valentía moral de abrirse al mundo.
No podemos dar de baja la identidad de América, ni olvidar a sus mártires que ofrendaron su vida al defender la libertad como un ideal compartido con la humanidad. Renunciar a ese legado sería traicionar su sacrificio. No hay grandeza en el repliegue. No hay victoria en el aislamiento. No hay futuro sin propósito.
Solo una nación que actúa con generosidad, visión y sentido de misión —una nación consciente de que su destino está entrelazado con el destino del mundo— puede seguir liderando. Ese ha sido siempre el espíritu estadounidense en sus capítulos más nobles. Y es, hoy más que nunca, el espíritu que debemos honrar, defender y recuperar.

Vladimir Gessen
Psicólogo
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