Viví maravillosas experiencias durante dos semanas en España. Primero en Barcelona,
luego en Madrid. Tal vez el destino, o mejor dicho, la magia del "Samanté", me tenía preparadas sorpresas que ni en mis mejores sueños hubiera imaginado.
Todo comenzó en Barcelona, donde mi querido amigo Xen Subirats, productor ejecutivo de la
productora de humor El Terrat, junto a su esposa Rosa y su hijo Jan, me recibieron como si el tiempo no hubiera pasado desde nuestro último encuentro en Argentina.
La primera sorpresa fue la invitación que me extendieron para ver en el teatro Poliorama, sobre La Rambla, El Tenoriu, una sátira de Don Juan Tenorio, producida por Rosa y
protagonizada por otro buen amigo: Andreu Buenafuente y su mujer Silvia Abril.
Acompañados de un gran elenco y bajo la dirección de Carles Sans (Miembro de la mítica
agrupación cómica Tricicle). Después de la función, Andreu y Silvia me saludaron con mucho cariño. Entre risas y recuerdos, compartimos anécdotas de aquella visita a la Argentina, que hicieran los amigos de EL Terrat hace dos años, cuando presentaron en el teatro Picadero de Buenos Aires, tres funciones de su famoso podcast de Nadie sabe Nada. Sin duda este encuentro afianzó los lazos que el humor y la amistad han tejido a través del océano.
La aventura continuó en Madrid, donde Xen, siempre generoso con su tiempo y contactos, me llevó entre bambalinas de La Revuelta, el programa de David Broncano que es número 1 en España y que recientemente ganó un Premio Onda. Ver la magia de la televisión desde dentro, sentir ese pulso único del directo, fue un regalo invaluable.
Pero mi amigo Xen Subirats no se conformó con eso: me presentó el nuevo templo de la
comedia en el Wizink Center, un espacio que promete revolucionar la escena del stand-up en
Madrid. En esa oportunidad me acompañó mi amiga, la comediante argentina Daniela Brot,
quien vive en Madrid desde hace unos años.
Y hablando de encuentros memorables, en el barrio de Chueca me reuní con Darío Adanti, ese genio argentino-español que nos regaló Disparen al Humorista y dirige la irreverente revista Mongolia. Compartí un café con él y con otro de mis hermanos de la comedia, Ale Aboy. Los tres pasamos unas horas discutiendo acerca del humor en ambos lados del Atlántico. Fue como un Masterclass express de comedia contemporánea.
Pero quizás el momento más surrealista de todos ocurrió en el Museo del Prado. Llevaba puesta mi camiseta del podcast Nadie Sabe Nada (sí, soy así de fan), y en un momento me
acerqué a una guía del museo para hacerle una pregunta y la mujer me sorprendió con un
grito de ¡Saaaamanté! que resonó entre las obras maestras de Velázquez y Goya. Samanté es ese saludo tribal, un código que compartimos los seguidores de El Terrat. Aquella muestra de afecto de una desconocida me hizo entender cómo la comedia conecta a las personas, sin
importar la distancia geográfica.
Y es que el humor no conoce fronteras, y la familia que se forma alrededor de él es tan real como cualquier otra.
Regreso a Buenos Aires con el corazón lleno de gratitud y la maleta cargada de inspiración. Y sí, también con algunos dulces que mis amigos insistieron que trajera (imposible decirles que no).
Me siento bendecido por el Samanté, ese espíritu que une a quienes creemos que la risa es el mejor pasaporte para viajar por el mundo.
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