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Boris Izaguirre: entre el personaje y la realidad


Boris Izaguirre  representa personaje con el que se divierte y protege sus espacios más íntimos. Imagen: Pixabay
Boris Izaguirre  representa personaje con el que se divierte y protege sus espacios más íntimos. Imagen: Pixabay

“También podrías escribir sobre el acento de los venezolanos, que a los españoles nos cae simpático porque es como el de Boris Izaguirre” fue una de las sugerencias de una amiga y lectora que me animó a profundizar en la percepción que se tiene en España sobre el presentador, dramaturgo, escritor y columnista caraqueño.


Son varios los personajes mediáticos que han servido para forjar una imagen —acertada o no— de la venezolanidad en el público español: Espartaco Santoni, Ivonne Reyes, José Luis Rodríguez “El Puma” y Carlos Baute, por nombrar solo a algunos. Y Boris Izaguirre, quien actualmente vive en Madrid, ha desarrollado una exitosa trayectoria en España, país en el que se estableció en 1992.


Pregunté a mi círculo y todos, sin excepción, sabían algo de Boris: “Sé que se hace el tonto, y de tonto no tiene nada. Si lo miras de forma superficial, parece un mariquita excéntrico, pero es un personaje que se ha montado para no ser un aburrido y es mucho más inteligente que eso. Ha sido finalista del Premio Planeta; quiero decir, para eso hay que tener cabeza. Solo se

conoce su carrera televisiva, pero va mucho más allá”, me asegura la comunicadora María Merino.


A la bisabuela de los niños le encanta. Dice que es súper inteligente y tiene pinta de ser un disfrutón”, comenta la pedagoga Natalia García. El ingeniero en obras públicas José María Pérez sabe “poca cosa: que es presentador de programas del corazón, tertuliano, homosexual, venezolano, progre…”. Y la psicóloga Marta Arce recuerda “que es gay, de Venezuela y que ha hecho mucha televisión, entre otros, ‘Crónicas Marcianas’, que tuvo mucho éxito hace muchos años”. Otra persona entrevistada aseguraba que “a mi marido

no le hace ninguna gracia, pero a mí me encanta”.


Para mí, escribir esta columna ha implicado un reencuentro con Boris Izaguirre. La primera vez que lo escuché fue en la cinta magnetofónica que mi padre había grabado durante la entrevista que le hizo en Caracas, tras la publicación de su novela El vuelo de las avestruces (1991). Escuché varias veces esa cinta, encontrando ideas y actitudes con las que me sentí

identificado. La homosexualidad no fue una de ellas. Pero sí la sensibilidad, cierta fragilidad y esos malabarismos tan propios de Izaguirre, en los que juega simultáneamente con temas de gran profundidad y una aparente superficialidad que le permite quitar hierro a su discurso. Él me recuerda que que es fundamental profundizar, y que el sentido del humor exige gran

profundidad; que las cosas no hay que tomárselas demasiado en serio y que vivimos en una gran ficción.


Las telenovelas también han contribuido a crear un imaginario en España de la cultura venezolana, por ejemplo “Cristal” (1985), “Abigaíl” (1988) y “La dama de Rosa” (1986). (Esta última escrita por José Ignacio Cabrujas y el mismo Boris Izaguirre). Un compañero de trabajo llegó a preguntarme un día: “¿De verdad los venezolanos habláis como en las telenovelas?”. Pero muchas veces se confunde la ficción con la realidad, y a eso juega Boris, con un personaje con el que se divierte y protege sus espacios más íntimos en los que residen su gran inteligencia, talento y sensibilidad.


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