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Con los santos no se juega


Con un revólver en la cabeza entregamos hasta lo que no tenemos. Imagen: Conmongt, Pixabay

En el pueblo donde crecí, en el estado Trujillo, existió un personaje llamado Félix Cantalicio. Su apellido siempre fue un enigma para mí. A menudo lo veía caminar por las calles del pueblo dando tumbos, presumiblemente bajo los efectos del alcohol. Era un hombre bajito, de apariencia desaliñada, con un ojo que tenía la córnea blanca, lo que le confería la cualidad de ser tuerto. Caminaba ligeramente encorvado y nunca se separaba de una carterita de algún tipo de bebida alcohólica, la cual llevaba en uno de los bolsillos traseros de su pantalón. Imagino que dormía donde lo alcanzaba la noche, porque siempre tenía ramitas o pajitas adheridas a su ropa. Este individuo era conocido por los sobrenombres de “Félix Miche” o “Félix Cotejo”, debido a su condición de alcohólico irredento. Recuerdo que, ante cualquier pregunta que le hicieran, siempre respondía con la misma frase: “Por mi menos”.


En algún momento nos enteramos de que el señor Félix Cantalicio tenía unos familiares que vivían en un pueblo cercano, quienes, de vez en cuando, se preocupaban por él. En una de esas ocasiones, lo montaron en un carro y se lo llevaron a un pueblo llamado Nariguete, cerca de Chejendé. Allí, en la Capilla de San Benito de las Piedras, lo hicieron arrodillarse para prometer al Santo que nunca más volvería a consumir bebidas alcohólicas. Ante la presión de sus familiares, él comprometió su palabra ante el santo.


Hasta aquí, todo iba muy bien. Salieron del pueblo y se lo llevaron a Cuicas, lugar donde vivía su familia. Pero, cuál no sería la sorpresa de ellos cuando, a los tres días de haber adquirido el compromiso, el señor Félix Cantalicio volvió a sus andanzas y se emborrachó nuevamente. Sus hermanas, indignadas, le reclamaron airadamente:


—Félix Cantalicio, ¿cómo es posible que usted haya vuelto a tomar licor? ¡Lo va a castigar San Benito por haberle mentido!


—Por mi menos —respondió el acusado—. A mí nadie me va a castigar, porque cuando ustedes me obligaron a comprometerme con San Benito, yo le piqué (guiñé) un ojo y le prometí que no tomaría más, pero menos tampoco, así que él no tiene por qué castigarme.


Argumentando haber actuado bajo coacción, Félix Cantalicio se desligó muy hábilmente de la palabra empeñada. Como dice un amigo, cuando a uno le apuntan con un arma en la cabeza, entrega, promete o firma cualquier cosa. Si lo sabré yo, que perdí mi primer carro de esa manera.



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