Como seres humanos, solemos marcar fechas importantes en nuestro calendario, asignándoles significado personal o colectivo. El 3 de diciembre, declarado como
el Día Internacional de las Personas con Discapacidad por organismos multilaterales,
es una de esas fechas que invitan a reflexionar. Sin embargo, en los últimos siete
años, mi trabajo en charlas y talleres sobre inclusión me ha llevado a cuestionar la
necesidad de un solo día para celebrar lo que debería ser un proceso continuo y
transformador.
La palabra discapacidad encierra un concepto de disminución que no refleja la
realidad de nuestra riqueza humana. Todos poseemos habilidades y talentos
únicos que aportan al entramado social. Reducir a una persona a lo que no puede
hacer limita su valor, cuando en realidad, el potencial humano radica en nuestras
diferencias y en cómo contribuimos colectivamente.
Desde mi perspectiva, la discapacidad tiene más que ver con la actitud frente a los
retos que nos presenta la vida. Hablar de inclusión no es cumplir con cuotas ni
realizar actividades aisladas para marcar casillas en un informe empresarial. La
verdadera inclusión implica internalizar la diferencia como un valor enriquecedor,
un proceso que debe permear la cultura organizacional y social.
Hoy, con la tecnología a nuestro alcance, tenemos acceso a una avalancha de
información, pero el reto está en transformarla en conocimiento que guíe nuestras
acciones. Educar es el primer paso para incluir. Esto no se logra con terminologías
o días conmemorativos, sino con una transformación cultural que nos lleve a ver la
diferencia como una oportunidad para crecer.
La inclusión verdadera comienza al tratar a cada persona con respeto, reconociendo y celebrando sus talentos únicos. Ni la lástima ni las condescendencias construyen una sociedad mejor; al contrario, perpetúan barreras invisibles que deshumanizan. Construir relaciones desde la empatía y el reconocimiento de las virtudes individuales es la manera más poderosa de crear un entorno inclusivo.
En una sociedad cada vez más tecnológica, es urgente recordar la esencia de nuestra humanidad. La diferencia no nos hace menos; nos hace únicos. Reconocer esto nos prepara para interactuar en un mundo que necesita ser más humano, empático y conectado con los valores de respeto y colaboración.
Hagamos de la inclusión un compromiso diario, una práctica constante que valore la diversidad y nos permita construir una sociedad más justa y rica en humanidad. No esperemos al próximo 3 de diciembre para reflexionar; empecemos hoy.
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