Los estadounidenses acaban de celebrar su mayor fiesta: la de Thanksgiving. Mueve más personas que cualquier otra efeméride y la mayoría de las personas se reúnen con sus familias, a recordar a los Pilgrims, los peregrinos.
En septiembre de 1620 partieron de Plymouth, Inglaterra, con 102 pasajeros a bordo de un pequeño barco llamado Mayflower. El grupo estaba formado mayoritariamente por separatistas religiosos que buscaban un nuevo hogar donde pudieran practicar libremente su fe. Después de 66 días, anclaron cerca de la punta de Cape Cod. Un mes más tarde, el Mayflower cruzó la bahía del estado de Massachusetts. Pero el crudo invierno de Nueva Inglaterra ya había comenzado y los peregrinos decidieron permanecer en el barco. No fue una buena idea: cuando llegó la primavera, del grupo original solo quedaba la mitad. Decidieron entonces establecerse en tierra, donde fueron recibidos por la tribu de los Abenaki y por Squanto, un miembro de la tribu Pawtuxet que había sido secuestrado por un capitán de barco inglés. Él les enseñó a cultivar maíz, extraer savia de los arces, pescar en los ríos y a reconocer las plantas venenosas. También fue intermediario en la alianza que establecieron con la tribu de los Wampanoag.
En noviembre de 1621, cuando tuvieron una maravillosa cosecha de maíz, el gobernador William Bradford organizó una cena de celebración, a la que invitó a Massasoit, el jefe de los Wampanoag, y unos noventa miembros de su tribu. Esa fiesta, que probablemente en ese momento no se llamó Thanksgiving, inauguró la tradición. Se celebra el último jueves de noviembre.
Es lindo dar las gracias. Aun en momentos como los que vivimos, siempre hay una buena razón para agradecer algo o a alguien. Recuerdo que nuestro poeta mayor, Rafael Cadenas, dijo en un discurso hace unos años que “hay palabras que nunca deben desaparecer: 'gracias' es una de ellas”.
Hoy, quiero dar las gracias por los padres que tuve. Por el amor incondicional que recibí de ellos y sus enseñanzas en valores. Por mis hermanos, los mejores compañeros para haber tenido una infancia y adolescencia felices. Por haberme casado con George Greaves Núñez, porque gracias a él tengo tres hijas maravillosas y una nietita en camino. Por mi marido, Luis Alejandro Aguilar Pardo, con quien he construido una sólida y dichosa relación. Por mis hijas Irene y Sofía, mujeres todo terreno, inteligentes, trabajadoras, buenas, honestas... Por mi hija Tuti, mi gran maestra de vida y mi mejor compañera. A las tres, ¡gracias por hacerme sentir la mamá más feliz y orgullosa del mundo!
Agradecida también estoy por mis primos y los amigos leales y consecuentes que he tenido y tengo. Por fortuna son muchos, aunque quiero nombrar, especialmente, a tres de ellos: Luis Alberto Machado, mi mentor, mi prima Mariela Pérez Branger de Vicini, por siempre estar y Gladys Josefina Navas, a quien agradezco por su fidelidad absoluta. Doy las gracias por mi trabajo y mis jefes, siempre solidarios. Por mis profesores, porque parte de lo que soy y de lo que he logrado, se lo debo a ellos.
Gracias... que siempre tengamos razones para darlas y que nunca desaparezca esa palabra tan llena de luz, magia y esperanza.
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