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El altisonante discurso de Donald Trump

Foto del escritor: Trino MárquezTrino Márquez

El discurso de Donald Trump fue de un rupturismo mesiánico y ególatra. Foto: X @realDonaldTrump

Cuando cada cuatro años el nuevo Presidente de Estados Unidos toma posesión de su cargo, es cierto que su juramentación se produce frente al Presidente de la Corte Suprema de Justicia, en presencia de los senadores y diputados del Congreso. Ese es el acto formal.

Sin embargo, su discurso inaugural se dirige a gran parte del planeta. Estados Unidos

constituye la primera potencia democrática del mundo. Todo el globo terrestre está pendiente de lo que va a decir el mandatario en ese acto. Donald Trump no cumplió con la tradición. Su arenga estuvo orientada hacia las capas más recalcitrantes y enconadas de su electorado.


Fue el discurso de un personaje que no ha entendido que ya no es el aspirante a la presidencia, sino el jefe de Estado en ejercicio, que además acaba de ascender al poder por segunda vez en un país crispado por diferencias de todo tipo y en un mundo convulsionado. Sus palabras no tuvieron ninguna consideración con el presidente saliente, Joe Biden,

quien haciendo prevalecer el carácter institucional y republicano del acto solemne, se había tomado la molestia de asistir a la asunción, cosa que Trump no hizo en 2021, cuando perdió por amplio margen la elección de noviembre de 2020. Su discurso fue de un rupturismo mesiánico y ególatra. Como siempre hacen los caudillos, se proclamó el Mesías de una nueva etapa: la "era dorada" de Estados Unidos. Eso lo dijo en presencia de todos los expresidentes vivos. Además de Biden, George W. Bush, Bill Clinton y Barak Obama. Ni el menor respeto por la historia de Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial.


Fue ese un discurso innecesariamente agresivo y amenazante. Parecía más la coronación de un emperador de la decadencia romana, que la juramentación del Presidente de una nación democrática. Se dedicó a tratar temas domésticos, como la expulsión compulsiva de

inmigrantes indocumentados y la movilización de tropas hacia la frontera sur de Estados Unidos, para contener y revertir por la fuerza el flujo migratorio que proviene de México, alimentado por el éxodo de cientos de miles de latinos que huyen de la miseria y la inseguridad.


Con respecto a América Latina, solo habló para agredirla. Con respecto a Panamá, prometió recuperar la Zona del Canal y revertir los acuerdos Carter-Torrijos, firmados en 1977. De hacerlo, ese atropello marcaría las relaciones entre Latinoamérica y la gestión de Trump. Todo el continente se cohesionará para defender la soberanía de Panamá en el canal. Trump lograría el milagro de compactar la región desde la Cuba totalitaria hasta el Sur democrático. Nicolás Maduro, Claudia Sheinbaum y Lula de Silva se verían obligados a firmar declaraciones

conjuntas de apoyo al Gobierno y el pueblo panameños. Semejante error resultaba difícil de concebir. Pero, ahora Trump advierte que ese desmán es probable. La unidad ante la agresión será inevitable. Con respecto a cambiar el nombre del Golfo de México, parece más la actitud de muchacho malcriado, que la de un jefe de Estado.


Inquietante es la forma como ignoró la importancia de Europa, particularmente de Inglaterra, aliada tradicional de Estados Unidos en la contención de los afanes expansionistas, primero de la URSS y luego de la Rusia de Putin. Su desprecio por Europa no solo refleja la intención

de torpedear el multilateralismo promovido por Biden, sino de retornar a un nacionalismo conservador y peligroso. Los espacios que Trump deje abiertos serán cubiertos por China, Rusia e incluso Turquía. Entre los propósitos de Erdogan se encuentra la reconstrucción, hasta donde sea posible, del antiguo y extenso imperio otomano. Con relación a Irán,

disminuida por los recientes acontecimientos en el Medio Oriente, especialmente en Siria, conviene tener en cuenta que, en su lucha con Arabia Saudita, siempre tratara de extender la presencia chiíta por los territorios y culturas que se lo permitan.


Algunos de los grandes problemas y retos que confronta la humanidad quedaron marginados. El acoso a la democracia en gran parte del planeta, el desarrollo de la inteligencia artificial y su impacto en la vida de los ciudadanos y de las clases trabajadoras, la creciente desigualdad entre los países más ricos y los más pobres, son algunos de los temas relegados. Por supuesto, que el cambio climático, cuyas manifestaciones están padeciendo amplias áreas del mundo, quedó proscrito. Trump no le concede ninguna relevancia. Niega su existencia.


El altisonante y preocupante discurso de Trump hay que conectarlo con sus primeras medidas ejecutivas. Destaco el retiro del Acuerdo de París, dirigido a reducir el calentamiento global, y el retiro de la Organización Mundial de la Salud (OMS), concebida para monitorear los perfiles epidemiológicos y controlar las enfermedades en la Tierra.

Ambas medidas resultan en extremo dañinas. El calentamiento del planeta es un fenómeno cada vez más y mejor documentado por estudios científicos y por las tragedias que a diario suceden en el globo terráqueo. La OMS representa un foro de fundamental importancia en un mundo cada vez más interconectado e interdependiente. El Presidente del país líder desecha de forma olímpica pertenecer a dos plataformas fundamentales para la convivencia humana. Craso error.


Lo que el señor Trump haga por Venezuela, no puede opacar ni disminuir el peligro de lo que ya comenzó a llevar adelante.


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