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Foto del escritorAquilino José Mata

El atentado de Bataclán contado por el cine


Foto: La Termita Film

El español Ramón González fue uno de los supervivientes del atentado terrorista de la sala Bataclan de París, en la noche del 13 de noviembre de 2015. A partir de su terrible experiencia, escribió el libro Paz, amor y death metal. El director Isaki Lacuesta, paisano suyo, hizo de la historia una película, que tituló Un año, una noche, que acaba de estrenarse en Europa, luego de presentarse en los festivales de Berlín y San Sebastián, y cuenta las vivencias de Ramón y su compañera Celina que, cada uno por su lado, se refugiaron en el camerino de los músicos y cuando salieron de él, ya no volvieron a ser los mismos.


Pero este filme no va sobre los atentados de Bataclán, al menos no en el sentido estricto que muchos podrían esperar. El protagonismo no lo tienen los terroristas Lo que le interesa a su realizador es lo mismo que contaba González en su relato autobiográfico: cómo tanto él como su pareja salieron ilesos de aquella sala en lo físico, pero muy tocados en lo psicológico. Cómo puedes luchar para no olvidarlo o para no recordarlo. Cómo el terror puede hacerles replantearse sus vidas, su visión del mundo actual, sus ideas políticas, sus principios… y también su amor.


La película ignora deliberadamente la estructura lineal habitual (y a menudo acartonada) de los relatos “basados en hechos reales”. Pasado y presente se enfrentan de forma constante cara a cara, avanzando entrelazados de la mano de una noche, aquella fatídica del 13 de noviembre de 2015. La crítica elogia la habilidad del director de saltar con maestría entre lo íntimo y lo histórico, lo personal y lo universal. Y lo hace con la ayuda de las excelentes interpretaciones de sus protagonistas, muy basadas en la contención y que arrastran a los espectadores cuando salen a flote, a veces a borbotones. Se recrea el dramático momento de los ataques con gran precisión y respeto, sin caer en el morbo ni el efectismo, negando en todo momento la presencia a los perpetradores, pero también relegando a los fallecidos a un segundo plano, lo que supone un acercamiento novedoso al tema.


A Lacuesta sobre todo le interesa mostrar, con aparente pureza, el miedo en todas sus formas y lo traicionero de unos recuerdos, “falsos” o “reales”, que llevan a dudar de la realidad, de nosotros mismos y de cuanto nos rodea.


La realidad no deja de estar matizada por la experiencia de cada uno, saltando de una cosa a la otra y de ahí a lo que sea tratando de mantener el caos a raya y bajo control. Pero no toda la crítica es totalmente favorable. Hay cronistas que sostienen que este esfuerzo por reunir “todo a la vez en todas partes” le acabe pasando factura después de dos horas de una extenuante historia revestida de melodrama. Apunta que todo es quizá demasiado, un tanto disperso y en algún momento innecesario en una experiencia vital tan persistente y estimulante como abrumadora y en última instancia, agotadora.


Para formarnos un criterio más certero, esperamos que esta cinta llegue más temprano que tarde a los cines de Venezuela, pues lo que se narra posee un filón taquillero muy interesante. Ojalá que así sea.

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