The Economist, la prestigiosa publicación inglesa, habla en una de sus últimas ediciones de la "putinización" de Europa central, para referirse al proceso que está ocurriendo desde hace tres lustros en Hungría y, más recientemente, en la República Checa y otros pequeños países de la zona. Se trata de modelos con un jefe de Gobierno muy autoritario que concentra el poder y debilita o anula la función de los parlamentos y de otras instituciones del Estado y la sociedad.
En Hungría gobierna el ultraconservador Viktor Orbán, a partir de 2010. Desde ese año ha movido las piezas del Estado para perpetuarse como primer ministro. A pesar de que Hungría pertenece a la Unión Europea, son pocos los valores políticos y culturales que Orbán
comparte con la mayoría de los países que integran la comunidad. Ha estrechado sus vínculos con Vladímir Putin. No ha condenado la invasión a Ucrania y, por supuesto, no se ha solidarizado con los esfuerzos de Volodimir Zelenski para desalojar al ejército ocupante. En
el plano interno, ha acallado a la oposición, controlado el Poder Judicial y silenciado los medios de comunicación privados que le adversan. Por el mismo camino ha comenzado a transitar la República Checa.
El esquema de la putinización, o en términos más comunes, de destrucción de la democracia, es similar al de las dictaduras y tiranías convencionales: desaparición de la independencia de los Poderes Públicos y concentración del poder en el Ejecutivo, con un gobernante muy fuerte, de carácter personalista; sometimiento del Poder Judicial,
órgano que pasa a estar subordinado al mandatario; cerco o cierre de los medios de información independientes y asfixia a la libertad de expresión y del derecho a la crítica; militarización de la sociedad; reelección indefinida, control de los órganos electorales y elecciones llevadas a cabo en medio de ambientes hostiles para la oposición que se atreve a desafiar al candidato a la reelección. Podrían mencionarse otros rasgos compartidos, como el desconocimiento y exclusión de las minorías, la politización de las Fuerzas Armadas y la extinción de las organizaciones no gubernamentales. Sin embargo, me detengo aquí.
La degradación de la democracia en Europa Central hay que enlazarla con el auge de la ultraderecha con conexiones con el nazismo y el fascismo en gran parte de Europa, desde España hasta Polonia.
Aunque hasta ahora esas agrupaciones, por razones electorales (para no ahuyentar a sus potenciales votantes), no expresan su rechazo abierto a la democracia liberal, comparten la esencia del modelo putinista: desprecio al dialogo y a la construcción de consensos con sus
contrincantes, y, por lo tanto, rechazo a los parlamentos, instancia que consideran descompuestas; son antieuropeístas, antiinmigración, supremacistas y homofóbicos (igual que los putinistas).
El modelo que representa Donald Trump reúne casi todas las características mencionadas. Por esa razón, se acopla con los intereses de Putin y de la ultraderecha europea en ascenso, y se lleva tan bien con ese personaje y esos movimientos.
Si se amplía la mirada hacia otras regiones del planeta, podrá verse que el autoritarismo se extiende, con diversas modalidades, hacia otras numerosas naciones y áreas. La India de Narendra Modi se ha hecho cada vez más monolítica y fanática. La China de Xi-Jinping continúa tan vertical como siempre, con el añadido de que el señor Xi alimenta el culto a la personalidad, una práctica que había tendido a desaparecer en ese país luego de muerte de Mao Zedong. En el sudeste asiático prevalecen los regímenes de partido único, sin espacio para la oposición ni la disidencia.
En América Latina, la lucha entre democracia y autoritarismo, de izquierda y de derecha, aunque no alcanza la cota de Europa, también se desarrolla en gran parte de la región, representando la línea de confrontación crucial del debate político.
Las posturas autoritarias cuentan con defensores apasionados en el mundo intelectual. Uno de los más destacados es Aleksandr Dugin, cercano colaborador de Putin y su principal ideólogo. Según Dugin, la democracia es putrefacta y demoníaca. Forma parte de la "civilización satánica". La democracia solo sirve para disolver las sociedades y convertir los gobiernos en maquinarias lentas e ineficientes. ¡Así de simple!
En Estados Unidos ha venido consolidándose una corriente que piensa en términos similares, aunque no se atreve a citar ni a elogiar a Dugin. Algunos la llaman Tecnofeudalismo. Su representante más conocido es el supermillonario Elon Musk, quien disfruta desconcertando al mundo entero con sus estridencias. Para Musk, la democracia constituye un estorbo del cual hay que prescindir. El Gobierno tiene que ser dirigido por los mejores tecnócratas bajo el mando de un jefe de acero. Sin mucho que discutir. Punto.
En Venezuela, han aparecido algunos "ilustrados" que comparten la crítica al sistema democrático, pero les de pena elogiar a Dugin o a Musk. Prefieren criticar a la Plataforma Unitaria por su "infantilismo", "ingenuidad" y "desconocimiento" de las recomendaciones de
Maquiavelo, antes que denunciar el implacable cerco a la democracia.
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