El periodista ecuatoriano Carlos Villacis sostiene que la figura del dictador, en la
actualidad, es el paradigma de las formas de gobierno de concentración y abuso
de poder y que, a pesar de las distinciones conceptuales e históricas, se suelen
confundir en una misma realidad, las formas de gobierno dictatorial, despótico y
tiránico. De forma amplia, se entiende que el dictador se arroga todos los poderes
políticos y los ejerce sin limitación alguna. Este hecho constituye un abuso de
autoridad que está basado en la conculcación del orden constitucional establecido.
Para algunos analistas políticos, el dictador por antonomasia sería como el
“cirujano de hierro” planteado por el político y escritor español, Joaquín Costa, en
su libro, Oligarquía y caciquismo. Allí Costa decía que, el cirujano de hierro debía
ser un hombre sabio, duro, aunque compasivo, que no le temblara el pulso para
favorecer a las mayorías; heroico, con entrañas y coraje para tener a raya al
enjambre de malvados que viven de hacer morir a los demás. Además, este
personaje debería tener cualidades espirituales y ser capaz de llevar a cabo una
política encaminada a eliminar el caciquismo. Al contrario del pensamiento de los
analistas, Costa sostiene que el “cirujano de hierro” no debe ser indubitablemente
identificado con un dictador.
La solución propuesta por Costa para eliminar el caciquismo que se forma en los
grupos políticos, consiste en aplicar una política quirúrgica de urgencia, ejecutada
por un cirujano de hierro, quien debe tener virtudes similares a las del filósofo-rey
de Platón: conocer bien la anatomía del pueblo, demostrar una compasión infinita,
tener buen pulso, mostrar valor de héroe, manifestar un ansia desesperada por
tener una patria y aborrecer las injusticias.
El cirujano de hierro debe presentar cualidades fundamentalmente espirituales, ser
el encargado de llevar a cabo una política encaminada a eliminar el caciquismo, al
margen del Parlamento, para ayudar a mejorar al país, sería una suerte de
dictador benévolo. La apelación al cirujano se situaba en el marco de la progresiva
radicalización política de Costa y sus críticas continuas al régimen de la
Restauración Borbónica de 1876, las cuales pueden serle igualmente formuladas
a muchos gobiernos en el mundo contemporáneo.
El político español señalaba que el parlamentarismo de la Restauración se había
convertido en parlamentarismo de partidos y dado que estos no tienen estructura
democrática, pasan a ser órganos del Estado y al estar subvencionados por él, no
pueden ser controlados por los ciudadanos. En Venezuela los partidos no están
financiados por el Estado, pero en muchas ocasiones, son apoyados por
mecenas, tanto o más peligrosos que los órganos del poder público.
Ya para aquella época, las observaciones de Costa eran críticas con el Poder
Electoral de finales de 1800. Deploraba que no hubiera castigo electoral para los
gobernantes corruptos, a consecuencia de la servidumbre voluntaria del
electorado. Cuestionaba el hecho de que, los miembros de los partidos pudieran
ser sustituidos, pero no los partidos, ya que, el sistema electoral proporcionaba
coartadas e impunidad a las organizaciones políticas.
En las elecciones –decía Costa – “nada se decide y los programas de los partidos
se parecen cada vez más entre sí, y por tanto, las elecciones no constituyen
ningún mecanismo de formación de la voluntad popular. Para él, con el paso del
tiempo, los eventos electorales iban adquiriendo un carácter plebiscitario y se
transformaban en actos de adhesión al imperante régimen de gobierno. Para
Costa, los electores estaban identificados sentimentalmente con el jefe del partido
y en consecuencia, la voluntad popular pasaba a ser solo una metáfora que
expresaba el dominio absoluto de los partidos sobre las instituciones y la
sociedad.
En sus reflexiones, Costa criticaba los errores cometidos a lo largo del tiempo en
el accionar político español y me asombra la similitud que percibo entre esas
circunstancias vividas por el Estado Ibérico y la actual realidad venezolana, la cual
queda demostrada cuando él expresaba: “No hemos aprendido nada, no nos sirve
de lección nuestro propio escarmiento: vivimos hoy como ayer, no se ha decretado
desde nuestra caída una sola ley salvadora, tenemos igual organización política,
nos gobiernan los mismos hombres que nos perdieron, los mismos partidos que
no tuvieron inspiraciones, energía ni patriotismo en los momentos críticos, y que,
como si hubiesen sido triunfadores, siguen repartiéndose la nación empobrecida”.
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