Que el Teatro Negro de Praga es una compañía que tiene más que merecido su rango de notable calidad y excelencia en el ámbito de las artes escénicas, acaba de demostrarlo, una vez más, en las dos presentaciones que ofreció en el Teatro Teresa Carreño de Caracas y en el Hotel Hesperia de Valencia, ambas a sala llena de un público entusiasta, que ovacionaba constantemente su original propuesta, llena de color, mágicos efectos visuales y mucho encanto, motores de un planteamiento escénico lleno de singularidad y talento por donde se le mire.
“Lo mejor del Teatro Negro de Praga”, que así se denomina el espectáculo que ha venido ofreciendo, con buena respuesta de público y crítica, en la gira que actualmente realiza por Latinoamérica, consta de ocho escenas, divididas en dos actos, de las obras más significativas y memorables de su repertorio, desde que esta compañía checa se fundó en 1961 hasta nuestros días. Se trata de “La lavandera”, “Las maletas”, “Los faroles”, “El violinista”, “El mago”, “El fotógrafo”, “El pescado” y “El caballo”, presentadas en este mismo orden.
Insospechados efectos visuales
Todo su performance se apoya en el uso creativo de un recurso llamado “gabinete negro” o “black box”, mediante el cual varios actores, totalmente cubiertos por atuendos de terciopelo del mismo color, logran hacerse invisibles desde la perspectiva de la audiencia, lo que les permite crear insospechados efectos visuales. Lo hacen manipulando recursos como objetos fosforescentes iluminados por luces ultravioletas, creando imágenes que asombran al público, especialmente a los niños, pues se trata de un espectáculo familiar. Todo ello a través de las escenificaciones de las historias por parte de actores visibles, mimos y danzarines que hacen que estas cosas inanimadas cobren vida propia a través de cautivantes ilusiones ópticas.
Son historias simples, cargadas de humor y casi siempre provistas de mensajes que tienen algo importante que decir o sugerir en términos de lecciones de vida. No por risueñas y sencillas, estas historias dejan de tener impactante profundidad. Todo esto con apoyo de una hechizante música creada para cada propuesta, en la que se carece, resulta obvio decirlo, de lenguaje hablado.
Alucinantes imágenes
En “La lavandera”, una muchacha tiende la ropa lavada y luego se pone a tejer. Entonces pantalones, medias y ropa interior toman vida desde las cuerdas y a partir de allí se generan las acciones. En “Las maletas”, un joven, a través de mímica y risas, interactúa con el público para convertirlo en cómplice en la competencia que haría poco después con otro muchacho a ver quién tiene la maleta más grande, provocando situaciones tan divertidas como surrealistas.
Un marinero borracho abandonado por su novia estelariza “Los faroles”. Él trata de recuperarla, pero más puede el alcohol. Ahí muestra su lucha contra la bebida, a veces en forma muy cómica, hasta llegar a un aleccionador desenlace, al recuperar a su chica luego de no pocos escollos. “El violinista” hace reír hasta a los más indiferentes. La torpeza del músico que lo ejecuta hace que enfrente situaciones tan aparentemente absurdas, pues siempre se le cae el pañuelo o el arco cuando intenta tocar su instrumento. El pañuelo cobra vida cual fantasma y se burla de él. Cuando logra aplacarlo, toma vida el violín. Luego aparecen una gallina, un perro y hasta un pato que lo hacen sumergirse en otra pelea, hasta que finalmente logra dominar su violín.
“El mago” es uno de los segmentos más celebrados. Aquí una muchacha vestida de blanco hace sus malabares. Su sombrero es su gran acompañante para interactuar con todos los objetos que se mueven a su antojo. Luego aparece un chico, con quien danza hasta que otro sombrero grande se la lleva.
Luego de un intermedio, surge “El fotógrafo”, en el que un soldado y su novia entran a un estudio a retratarse. Allí surgen hilarantes situaciones inspiradas en la época del cine mudo (no podía ser de otra manera) de la época de Charles Chaplin y Buster Keaton. Igualmente asombrosa e imaginativa en el manejo de los recursos de ilusión óptica característicos de esta compañía, es “El pescado”, segmento en el cual un taxista sube a su auto a un pasajero con un pescado, lo cual hace que su imaginación vuele tanto que hasta aparece una sirena. Todo termina con el sonido de un despertador, lo que sugiere que todo resultó un sueño.
Al cuadro de “El caballo” lo dejaron para el final y entendemos las razones, ya que se trata del mejor logrado, el más atrayente en términos creativos y visuales. Aquí los protagonistas de la historia son un mesonero enamorado y un caballo travieso, que sirven para parodiar a un western norteamericano. El efecto de crear un equino en movimiento con una tela blanca y cuatro jarras de cerveza como cascos es sencillamente sorprendente. Aquí el público, alucinado ante tanta destreza creativa, celebra con aplausos y vítores constantes. Sin duda, una buena manera de ponerle punto final a este compendio de celebrados cuadros de las obras más memorables del Teatro Negro de Praga, que dado el éxito obtenido en esta ocasión -como siempre ha sucedido en nuestro país con esta venerable compañía-, seguramente regresará más temprano que tarde. Y lo hará de la mano de Showtime Productions, la empresa que los ha traído en sus cuatro últimas visitas.
Comments