Era un Volkswagen del año 63, de color crema, vidrios manuales y un aguante
impresionante. Sin duda este carro fue testigo de muchas historias… hoy es un
símbolo de que, pese a las diferencias, se puede vivir en armonía.
Corría el año 2003, y Venezuela cambiaba vertiginosamente para agrado de
muchos y desagrado de otros. Los primeros se alegraban porque finalmente se
“estaba haciendo justicia” y había llegado el bienestar a los más pobres.
Mientras otros decían que no les molestaba el bienestar de los más pobres,
siempre y cuando no les quitaran nada a ellos.
El país poco a poco se iba dividiendo o más bien se hacía evidente una división
que en realidad había existido siempre, pero que algunos trataban de mantener
invisible. Entre tanto, algunos en nombre de los desposeídos venían por la
venganza.
Yo, luego de mi periplo por la escuela de Cine en la Habana, pregonaba a los
cuatro vientos que el comunismo no era el camino, y cuando los simpatizantes
de la revolución me pedían que argumentara mi repudio al sistema, yo sólo les
decía: “Vengo del futuro”.
Un día en la universidad, se me acercó un compañero y me comentó:
“Camarada así que estuviste en Cuba, que bueno yo también”. He de confesar
que, en ese momento, la palabra camarada me causó ruido. Por lo que le
conteste: “ciertamente sí, pero por cómo me saludas me parece que no en la
misma Cuba que yo”. El Joven quedo paralizado por mi respuesta y acto
seguido entramos en un “debate” ideológico, que todavía hoy, tenemos por lo
menos vía telefónica.
Pasado el tiempo, mi nuevo amigo y yo comenzamos a hacer trabajos juntos,
fuimos integrándonos en el grupo, yo le presenté a mis panas y él me presentó
a los suyos. Entre sus panas estaban: el gran Mario, un amigo que comulgaba
con Chávez pero que, muchas veces era acusado de contrarrevolucionario
precisamente por criticar algunas cosas que no estaban bien. También estaba
“El Gocho”, Amílcar y otros más. Del grupo que no estaba de acuerdo con el
presidente, es decir “Los Escuálidos y sifrinos”, todos de la popular parroquia Sucre, por cierto, estábamos: Andrés, Marckus, Pinto y yo. En total éramos como ocho.
Al principio la relación entre ambos grupos no fue nada fácil, todos éramos muy
jóvenes y usualmente nos dejábamos llevar por las discusiones acaloradas y
terminábamos en los gritos, pero eso sí, nunca en los insultos y las
descalificaciones. Lo bueno de todos esos “debates” es que terminaban en la
tasca “El Seminario”, donde al final nos reuníamos al mejor estilo de “Los
Soviets” o el parlamento europeo, a resolver los problemas no sólo del país
sino del mundo.
Nos quedábamos hasta tarde, por lo que muchas veces al cerrar “El Seminario”
la única forma de bajar desde Mecedores (donde está la Universidad) hasta la
estación del metro de Capitolio era caminando. Pero como la Avenida Baralt
era en ese tiempo muy peligrosa (y creo que lo sigue siendo), terminábamos
los 8 montados en el Volkswagen de nuestro amigo Mario.
Pero el Volkswagen de Mario estaba un poco viejo y, como todo caballero de
su edad, tendía a presentar ciertos “achaques”. Así que muchas veces
teníamos que “prenderlo empujao” para poder arrancar. Ese Volkswagen se
convirtió con el paso del tiempo, en un miembro más de nuestro clan. En él o
más bien con él, fuimos a todas partes. En el “Volchito” nos reímos de muchas
cosas, y también lloramos juntos por muchas otras.
En ese entonces, aquel automóvil color crema era una burbuja que nos
permitía a escuálidos y chavistas: bromear, dialogar, estudiar, reír y llorar
juntos. Sabiendo que, aunque el otro no pensaba como uno, igual era
apreciado y querido (y les sigo queriendo), porque eran (y aún son) mis
hermanos.
Viendo toda el agua que ha corrido en estos 20 años, y por todas las cosas que
hemos pasado como país. Hoy más que nunca creo que la única solución para
terminar de arrancar es que todos: Rojos, amarillos, azules, ninis, caraquistas,
magallaneros, maracuchos, “gochos” y llaneros, y hasta los que nos fuimos, es
decir todos, nos pongamos detrás de Venezuela y con toda nuestra fuerza
empujemos para que “termine de arrancar “enpujada” y podamos seguir
adelante.
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