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Escucha tu ansiedad te está diciendo algo

Si aparece la angustia, no la ignores. Pregúntate qué situación o emoción la está provocando. Puede ser una gran aliada si la sabes interpretar.

Estamos viviendo una transformación silenciosa pero poderosa. La incertidumbre reconfigura las perspectivas mundiales. La conciencia colectiva se expande, impulsada por avances científicos, tecnológicos, astronómicos y sociales que están cambiando radicalmente nuestra manera de ver el mundo. Cada vez más personas, con mirada abierta y espíritu reflexivo, están cuestionando sus creencias, reformulando sus expectativas y redescubriendo sus verdaderos deseos. En ese contexto, la ansiedad ya no debe ser vista solo como un trastorno, sino como una señal interior que nos llama a despertar, a revisar el rumbo y prepararnos para afrontar lo nuevo que emerge.

 

Los tiempos inciertos

 

Vivimos en un mundo donde la incertidumbre y las preocupaciones parecen haberse normalizado. Se han vuelto tan comunes que, en la mayoría de los casos, se diagnostican, y se tratan con fármacos para silenciarlas… pero sin preguntarnos qué quiere decirnos la ansiedad. Más allá de los síntomas físicos o emocionales, ¿qué pasa si ese estado de angustia no es una alteración mental, sino un llamado profundo de nuestro organismo?, porque hay momentos en los que la conciencia —esa brújula interior que nos orienta hacia algún destino o propósito— también vacila. Y en ese momento, cuando lo que creíamos firme se vuelve incierto, puede ser una señal de que algo dentro de nosotros está pidiendo ser escuchado, revisado, y transformado con un cambio de rumbo.

Lejos de ser un castigo, la ansiedad puede convertirse en una brújula. Cuando la escuchamos —no con miedo, sino con apertura— nos da pistas: ¿Qué estoy reprimiendo? ¿Qué parte de mí necesita ser reconocida? ¿Qué conversaciones evito tener? ¿Qué decisiones postergo por temor?

La conciencia no busca que nos juzguemos, sino que nos encontremos. Por eso, cuando aparece, quizás no debemos anestesiarla, sino preguntarnos con honestidad, ¿qué me está pasando?

 

Cuando el cuerpo grita lo que la conciencia ignora

 

La ansiedad se manifiesta de muchas formas. Desde un sentimiento hasta una opresión en el pecho, insomnio, palpitaciones, pensamientos repetitivos, y miedo sin causa aparente. Detrás de esos síntomas, muchas veces se esconde una desconexión más profunda. Puede tratarse de una vida que ya no sentimos propia, de decisiones que nos alejan de lo que somos, o de una pérdida de sentido que aún no sabemos nombrar.

En esos casos, la ansiedad no es la raíz del malestar, sino su mensajera. Es la conciencia, inquieta, pidiendo un reencuentro. Es la señal de que estamos en una vida que ya no nos representa, o que se nos ha roto por dentro una fe o creencia anterior —no solo religiosa, sino también existencial— en la justicia, en el amor, en el propósito que seguíamos, o en nosotros mismos.

La crisis del sentido

 

A veces, el mayor detonante de la ansiedad no es el ritmo externo, sino la pérdida interna de dirección. Suposiciones, doctrinas, opiniones o principios que antes nos sostenían y ahora ya no nos convencen. Valores que heredamos empiezan a sentirse ajenos. Lo que nos daba certeza, hoy nos deja vacíos.

Esta es una crisis espiritual, pero también profundamente psicológica y existencial. Lo importante es que lejos de ser un error o un castigo, puede ser el inicio de un camino más auténtico. Nuestra conciencia, como fuerza viva, no tolera vivir en incoherencia. Cuando lo hace, duele. Y ese dolor puede tomar la forma de ansiedad, angustia, o desesperanza para luego concientizarlo.

 

La trampa del control y la urgencia

 

Nuestra cultura valora el rendimiento, la rapidez y el dominio. Nos enseñaron que tener todo “bajo control” es sinónimo de éxito y seguridad. El entorno nos enseña a seguir adelante aunque algo dentro esté roto. Pero la conciencia no funciona con cronómetros ni agendas. Funciona con verdades.

Muchos de los que sufren estos estados son personas profundamente sensibles, responsables, empáticas... que han aprendido a sostenerlo todo, menos a sí mismas. La ansiedad, en esos casos, aparece cuando ya hay que afrontar la contradicción entre lo que vivimos y lo que sentimos. Cuando nuestras decisiones contradicen nuestros valores, cuando callamos lo que sentimos o vivimos en automático, la ansiedad, la incertidumbre y la angustia aparecen como una alarma que nos dice que "Así no podemos seguir."

Es entonces cuando se hace necesario parar, mirar hacia adentro, y tener el coraje de reordenar la vida desde lo elemental. No para volver al pasado, sino para evolucionar hacia el futuro.

 

El Caso de Andrés: El hombre que no podía nombrar su angustia

 

Andrés, de 41 años, llegó a consulta con síntomas clásicos de ansiedad: no dormía bien, se le aceleraba el pulso, tenía dificultad para concentrarse, pensamientos recurrentes y una sensación de vacío. Había probado meditación, cambiado su dieta, leído libros de autoayuda… pero según su entender, nada funcionaba del todo.

Psicóloga: Bienvenido, Andrés. Cuéntame… ¿qué te trajo hasta aquí?

Andrés: No sé bien por dónde empezar. Supongo que… ya no puedo seguir fingiendo que estoy bien. Me cuesta dormir, siento el corazón acelerado sin razón, y hay momentos en que todo se vuelve como una niebla… No me concentro, no disfruto nada. Me siento... desconectado.

Psicóloga: ¿Desconectado de qué, exactamente?

Andrés: De mí. De lo que soy. De lo que era, tal vez… Es como si estuviera actuando en una obra que no elegí. Me despierto cada mañana y cumplo, trabajo, sonrío… pero por dentro… por dentro estoy en blanco. Siento que estoy viviendo una vida que no es mía. Todo parece tener sentido afuera, pero adentro estoy perdido.

Psicóloga: ¿Desde cuándo sientes eso?

Andrés: Hace un par de años… Pero se intensificó últimamente. He intentado todo lo que dicen que ayuda, meditación, dejar el café. Pero la ansiedad sigue ahí… como un ruido de fondo constante. Y lo peor es que siento que estoy decepcionando a todos y claro, admito que no estoy bien.

Psicóloga: ¿Y si no se tratara de que estás fallando… sino de que algo dentro de ti está pidiendo ser escuchado?

Andrés: Nunca lo había pensado así… Siempre lo vi como algo que debía controlar. Dominar. Superar. Pero tal vez… sí, tal vez esta ansiedad es una forma de decirme que ya no puedo seguir haciéndome el sordo.

Psicóloga: ¿Hay algo en tu vida actual que sientas que contradice lo que realmente deseas o crees?

Andrés: Muchas cosas, si soy honesto. Me alejé de lo que me apasionaba. Siempre quise enseñar, inspirar… pero terminé en un cargo administrativo, bien pagado, sí, pero frío, sin alma. Y en lo personal, mantengo una fe que ya no siento propia, pero no me atrevo a hablar de eso con mi familia. Me ven como el hijo que hace todo bien. No sé quién soy más allá de eso.

Psicóloga: Andrés, quizás tu conciencia está despertando. Y la ansiedad no es el problema, sino el lenguaje con el que te está hablando.

Andrés: Entonces… ¿no estoy roto?

Psicóloga: En absoluto. Estás siendo honesto contigo mismo por primera vez en mucho tiempo. Y eso, aunque incomode, es un signo de salud. De vida. De verdad.

Andrés: Nunca lo había visto así… ¿Me está diciendo que no necesito apagar la ansiedad?… sino entender lo que ella quiere decirme…

En este segmento de la entrevista, lo que emergió fue revelador. Andrés había comenzado a cuestionarse profundamente sus creencias. Había crecido en un hogar de convicciones religiosas rígidas, pero con el tiempo, esa fe se volvió mecánica. Lo hacía “por respeto”, “por no decepcionar a su familia”, pero sentía que ya no lo compartía. Paralelamente, había asumido un rol profesional que lo alejaba cada vez más de su vocación original: enseñar.

Él lo reconoció: —Siento que estoy actuando. Que cumplo, que rindo, pero no vivo. Y lo peor es que no me atrevo a decirlo. Me da miedo decepcionar, parecer ingrato o quedarme solo.

Fue entonces cuando surgió una idea clave en la terapia. La ansiedad que lo acompañaba no era un enemigo, sino una expresión legítima de su conciencia en crisis. Era el reflejo de una vida en incoherencia entre lo que hacía y lo que verdaderamente sentía.

 

Reconciliarnos con la conciencia: una vía de sanación

 

Desde la psicología, acompañar a quienes viven ansiedad no es solo aplicar técnicas. Es ayudar a que esa persona se escuche. A veces, estos estados revelan una conciencia herida por haber sido silenciada, ignorada o forzada a adaptarse a lo que no quería.

Reconciliarse con la conciencia es comenzar a vivir con más coherencia entre lo que pensamos, sentimos y hacemos. Es preguntarnos ¿qué parte de mí necesita atención? ¿Qué creencias ya no me son significativas? ¿Qué verdad interna está surgiendo?

 

La salida está adentro

 

Podemos empezar por pequeñas cosas como escribir lo que nos duele, nombrar lo que evitamos, hablar con quienes nos hacen bien, volver al silencio, confiar en nosotros. La conciencia no busca castigarnos, sino liberarnos. Y cuando lo hace a través de la ansiedad, es porque aún estamos a tiempo de reorientar nuestro camino.

La ansiedad no siempre es un enemigo a vencer. A veces, es el llamado más urgente de nuestra conciencia, pidiendo adaptación. Por eso, la próxima vez que sintamos esa inquietud, intranquilidad, o desasosiego, quizás debamos escucharlo con humildad y valentía, porque allí puede estar comenzando nuestro verdadero despertar.

 

Un lenguaje de la conciencia

 

En tiempos de hiperconexión, crisis globales y búsqueda constante de rendimiento, la ansiedad se ha convertido en un fenómeno constante. Ya no distingue edad, profesión ni creencia. Pero más allá de su definición clínica, cabe preguntarnos: ¿y si la ansiedad no es solo un desajuste bioquímico o emocional, sino un mensaje profundo que nuestra conciencia nos envía para reconectarnos con lo vital?

Muchas veces, la ansiedad aparece cuando vivimos en contradicción con quienes realmente somos. Cuando ignoramos lo que sentimos, cuando traicionamos nuestros valores, o cuando perdemos el sentido de nuestras acciones. En esos momentos, la conciencia se agita, nos interroga, y si no la escuchamos… grita.

 

Cuando la conciencia se tambalea… la ansiedad habla

 

A menudo, creemos que la conciencia es una luz clara que siempre guía. Pero hay momentos en que esa luz se apaga o se difumina. Es cuando lo que nos daba sentido ya no nos responde. Cuando la fe —en nosotros mismos, en otros o en el propósito de la vida— se desvanece.

En psicología, llamamos a este fenómeno “crisis de sentido” y también “crisis existenciales”. Y aunque puede ser doloroso, también puede ser profundamente fértil. Porque cuando lo viejo deja de sostenernos, es cuando tenemos la opción de elegir con libertad. De construir un nuevo sentido, no desde el miedo, sino desde la autenticidad.

La ansiedad, en este contexto, se convierte en una aliada incómoda pero necesaria. Viene a sacudirnos. Nos impide seguir ignorando lo que ya no nos representa. Nos obliga a detenernos y preguntarnos: ¿Estoy viviendo de acuerdo con mi conciencia, ¿o estoy cumpliendo un guion que ya no me pertenece?

 

La solución está en el reencuentro

 

En el proceso terapéutico con Andrés no se buscó eliminar la ansiedad a toda costa, sino comprenderla. Y desde allí, tomar decisiones conscientes. Reconectarse con su deseo de enseñar. Dialogar con su familia desde la verdad. Reconstruir una espiritualidad propia, libre de imposiciones, y que le devolviera paz en lugar de culpa.

Porque cuando acompañamos a alguien que sufre ansiedad, no solo estamos tratando un trastorno. Estamos protegiendo una conciencia que busca expresarse. Una vida que necesita reencontrar su dirección.

 

La clave: Escuchar lo que la ansiedad quiere decir

 

La ansiedad no siempre es un síntoma que debe silenciarse. A veces, es el grito más honesto de nuestra conciencia. El eco de una vida que pide ser vivida con más coherencia, y más presencia.

Quizás la próxima vez que sintamos ansiedad, no debamos preguntarnos cómo eliminarla… sino concientizar lo qué está tratando de decirnos. Porque en ese llamado interno puede estar escondida la clave de un nuevo comienzo.

 

Psicología del desencanto espiritual

La ansiedad no siempre es algo negativo. En algún momento de la vida, muchas personas atraviesan una crisis en su sistema de creencias. Pierden la fe en una religión, se decepcionan de líderes espirituales envueltos en escándalos, dudan de lo que creían “sagrado” y no lo es, o de ideologías o principios que, simplemente no funcionan en la vida real, y por ello ya no sienten que inspiren. A veces, llegan a la dolorosa conclusión de que aquellos conceptos que antes guiaban su vida estaban equivocados o que, al menos, hoy ya no les sirven.

Este desencanto puede generar una mezcla intensa de emociones: incertidumbre, culpa, vacío, ansiedad, confusión e incluso síntomas depresivos. Pero desde la psicología, esta crisis no es un fracaso, sino una oportunidad de transformación. Es el momento en que la persona deja de obedecer ciegamente lo heredado, y empieza a preguntarse —con valentía— por el sentido personal de lo que cree.

En lugar de intentar regresar forzadamente a lo anterior o buscar un nuevo dogma que sustituya al viejo, el camino más saludable es el de la exploración consciente. Escuchar el malestar como una señal legítima, permitirnos dudar, y abrir un espacio interno para redefinir nuestras propias certezas. Este proceso puede implicar revisar nuestras fuentes de sentido, encontrar nuevas formas de espiritualidad o ética personal, o aprender a vivir con preguntas abiertas. No se trata de destruir lo anterior, sino de integrar lo vivido y, desde allí, construir una nueva manera de estar en el mundo, más coherente, libre y auténtica. Con el diálogo interior y una apertura emocional, esta travesía deja de ser una caída… y se convierte en un ascenso de la conciencia hacia una posición más personal, orientadora y luminosa.

 

¿Qué debe hacer una persona que duda de sus creencias?

 

Lo primero es no asustarse ni culparse. Dudar no es un pecado, ni un fracaso, ni una debilidad. Es una señal de que la conciencia está despertando. Las creencias, como las personas, evolucionan. Lo que ayer nos sostuvo, puede que hoy nos limite. Y eso no invalida el pasado, únicamente señala que hemos cambiado.

El punto está en escuchar con respeto ese trémolo interior, sin apurarse a llenar el vacío con nuevas verdades absolutas. En lugar de reemplazar un dogma por otro, se trata de hacer un proceso reflexivo, honesto y progresivo. Estas son algunas pautas que pueden ser útiles en ese camino: Lo primero, permitirse la duda porque es parte del crecimiento. Negarla solo prolonga el ansiedad. Acogerla con amabilidad permite que se transforme en exploración, no en angustia. Luego, revisar el origen de las creencias, ¿esta creencia es mía o heredada? ¿La vivo por convicción o por miedo? Distinguir lo aprendido de lo elegido es necesario para construir una identidad propia. En tercer lugar buscar espacios seguros de reflexión, hablando con personas abiertas, leer autores diversos, porque explorar distintas formas de pensamiento espiritual o filosófico ayuda a ampliar la mirada y evitar el aislamiento. Escucha el cuerpo y las emociones porque tu organismo sabe lo que ocurre en la mente. Si algo “sagrado” nos genera culpa constante, miedo o tensión, probablemente no esté alineado con nuestra conciencia profunda. De quinto, explora nuevas formas de conexión ya que la pérdida de fe en lo externo puede ser el inicio de una conexión más íntima con la vida, con uno mismo, con la naturaleza o con una espiritualidad sin etiquetas. Sexto, no debes tener prisa por definirlo todo. No es determinante llegar rápido a otro entendimiento. La conciencia necesita tiempo para despojarse de lo viejo y abrir espacio a lo nuevo. Otro paso es, si lo consideras, de un acompañamiento psicológico que puede ser ayudarte para ordenar las emociones, y darte contención durante esta etapa de reconstrucción. Recuerda que dudar de nuestras creencias no significa estar perdidos sino hacer causa común con el librepensamiento. Significa que ya no queremos vivir con verdades prestadas. Y en ese espacio de incertidumbre puede surgir la semilla de una conciencia más libre, más amorosa, y más auténtica.

 

El caso de Miriam y David: De la fe heredada a la elegida

 

Ambos llegaron a consulta como muchas parejas que han recorrido un largo camino juntos: con amor, con respeto, pero también con preguntas que, hasta ahora, no habían podido compartir del todo. Esto indica que están en búsqueda de un nuevo propósito de vida. Ambos profesionales universitarios —ella psicopedagoga cristiana, él ingeniero y judío practicante durante buena parte de su vida— acudieron a la consulta buscando apoyo para resolver lo que inicialmente definieron como “una crisis de valores en común”. Pero lo que emergió fue mucho más profundo ya que estaban viviendo ambos pasaban una crisis de la fe religiosa que compartía cada uno.

 

La pérdida del sentido religioso

 

Durante años, Miriam había encontrado refugio en su espiritualidad cristiana, y David había sostenido su identidad a través de sus tradiciones judías. Sin embargo, tras la pandemia, los avances tecnológicos exponenciales, los debates éticos sobre la inteligencia artificial, y una serie de eventos personales, comenzaron a sentirse desfasados de los discursos religiosos que los formaron.

— “Ya no encuentro respuestas en mi religión. Siento que todo se queda corto ante los desafíos que estamos viviendo como humanidad”— confesó ella. “No es que rechace lo que aprendí, pero siento que muchas cosas ya no me representan. Sigo repitiendo gestos vacíos, más por costumbre que por convicción”, dijo él.

Ambos coincidían en algo esencial, que la conciencia que tenían hoy no era la misma que la de hace diez años.

 

Reformular sin destruir

 

Desde la psicología, entendimos que no estaban rompiendo con su historia, sino madurando. Estaban dejando de repetir lo aprendido, para comenzar a construir lo elegido. Eso, en lugar de una crisis destructiva, era una excelente ocasión para crecer. Les propusimos no llenar inmediatamente ese vacío con nuevas creencias impuestas, sino explorar desde la calma, el diálogo y la experiencia interior. Les mostramos como identificar sus valores actuales, sus convicciones aprendidas y cómo las conformaron. Así, poco a poco, fueron construyendo una espiritualidad basada en la ciencia, el respeto, el asombro por la vida, y el compromiso ético con los demás y con el planeta.

Un nuevo propósito como familia

 

La decisión más valiente surgió al hablar de sus hijos, de 9 y 6 años...

— “¿Cómo los educamos sin traicionar lo que ya no sentimos, ni tampoco obligarlos a repetir lo que nosotros mismos hemos comenzado a cuestionar?”, se preguntaron los dos.

Tras muchas conversaciones, ratificaron que mantenía su fe en la existencia de un Creador de un Ser Supremo pero llegaron a una conclusión de que no educarían a sus hijos dentro de ninguna religión tradicional, sino en los valores universales, tales como la empatía, la compasión, el pensamiento crítico, el amor por el conocimiento, la admiración por el Universo, y la libertad de explorar distintas formas de fe, razón y espiritualidad.

— “Queremos que lleguen a la adultez con herramientas, no con dogmas. Y que si eligen creer en algo, sea desde la conciencia, no desde el miedo”, nos dijeron en relación a sus hijos.

Lo que comenzó como una crisis de fe se transformó en una renovación de propósitos de vida. Miriam y David no abandonaron sus raíces, sino que las resignificaron. Hoy, viven una espiritualidad íntima, sin etiquetas, en diálogo constante con la ciencia, con el conocimiento, con la conciencia en evolución… y, sobre todo, con sus hijos.

Este y otros casos no nos hablan solo de religión. Hablan de libertad. De madurez psicológica. De la valentía de una pareja para redefinir su mundo interior sin negar su historia, y construir uno nuevo desde el amor, los valores universales, la razón, y la verdad de quienes son hoy.

Vivimos tiempos donde las preguntas más profundas resurgen con una fuerza inusitada. Ya no basta con repetir lo aprendido. Lo heredado, lo que antes daba sentido, comienza a ser cuestionado por miles de millones de personas que ya no forman parte de alguna religión o iglesia y sienten que sus antiguas creencias —religiosas, políticas, culturales o existenciales— ya no les responden a sus interrogantes. No por rebeldía, sino por evolución.

La conciencia humana está atravesando una transformación sin precedentes. No es casual. Estamos siendo testigos —y protagonistas— de cambios vertiginosos que nos interpelan cada día. La inteligencia artificial se integra a nuestras decisiones, la exploración espacial nos recuerda cuán pequeños somos y, al mismo tiempo, cuán infinitos. Las redes globales de información nos exponen a nuevas ideas, culturas y realidades mientras la ciencia redefine lo que creíamos inmutable. Asimismo, los vínculos humanos se reorganizan frente a nuevos valores y desafíos colectivos.

Todo esto, sumado al acceso instantáneo al conocimiento y a todas las diversas opiniones, a la aceleración de los acontecimientos y a la expansión de la tecnología en cada rincón de la vida cotidiana. Todo esto ha generado un fenómeno creciente, que cada vez más personas están redefiniendo sus propósitos de vida.

Ya no se trata solo de “creer en algo”, sino de vivir en coherencia con lo que se siente verdadero. De dejar atrás estructuras impuestas para construir un camino propio. De sustituir el miedo por la búsqueda. La rigidez por la conciencia. La obediencia por la elección.

Y en ese movimiento —a veces silencioso, a veces lleno de incertidumbre— muchas personas están comenzando a florecer. Porque cuando la conciencia despierta… el alma respira, y la vida cobra un nuevo sentido.

A lo largo de la historia, la humanidad ha atravesado múltiples revoluciones del pensamiento. Desde el paso del mito a la razón en la Antigua Grecia, hasta la Ilustración francesa, la Revolución Industrial, el descubrimiento del inconsciente, la era digital y ahora la irrupción de la inteligencia artificial. Cada transformación ha desafiado nuestras creencias, reformulado nuestras formas de vivir, y cuestionado nuestras certezas más importantes otrora.

Hoy, somos testigos de una nueva revolución, ya que la conciencia colectiva se encuentra en expansión, empujada por avances científicos, tecnológicos, astronómicos y sociales sin precedentes. Miles de personas están replanteándose con optimismo sus propósitos de vida, redefiniendo lo que creen, lo que esperan y lo que desean. Y, sin embargo, en medio de este torbellino de cambios, una constante permanece firme y esencial… La familia.

Desde nuestra perspectiva, la familia sigue siendo el primer espacio donde el ser humano aprende a amar, a confiar, a ser visto, reconocido y a ser feliz. Es el vínculo familiar —en cualquiera de sus formas— donde nace la identidad, donde se forjan los valores más duraderos y donde se cultivan las emociones más intensas. La ciencia podrá avanzar, la tecnología podrá transformarlo todo, pero el anhelo de pertenecer, de cuidar y ser cuidado, de educar, de acompañar, y de amarse sigue siendo irrenunciable.

Históricamente, los grandes saltos de pensamiento no destruyeron a la familia: la redefinieron. Las formas externas cambian, pero su sentido —el encuentro humano auténtico— prevalece. La familia ha pasado de ser patriarcal a horizontal, de ser extensa a nuclear, de responder a mandatos religiosos a construirse desde el amor y la libertad, de mantenerse unida en el mismo entorno a estar juntos integrados planetariamente online. Y ahora, en esta nueva etapa de evolución de la conciencia, volverá a reinventarse con sabiduría. Porque en un mundo donde todo se acelera, la familia seguirá siendo el hogar emocional, el anclaje afectivo y el espacio donde se siembra lo que ninguna tecnología puede programar como lo son la empatía, la compasión, el cuidado, el vínculo, y la conciencia familiar compartida.

Esta revolución del pensamiento no destruirá lo humano. Lo revelará con más profundidad. Y allí, en el centro de ese redescubrimiento, estará la familia. No como una estructura rígida, sino como espacio sagrado y divino donde florece lo más esencial del ser: crear la vida de sus hijos… ejerciendo la semejanza con el Creador… Si deseas profundizar sobre este tema o consultarnos, puedes escribirnos a psicologosgessen@hotmail.com. Que la Divina Providencia del Universo nos acompañe a todos. Nos vemos en la próxima entrega…

 

 

 

 

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