top of page

¿Estamos repitiendo la historia de la II guerra mundial?

Foto del escritor: Vladimir GessenVladimir Gessen

Actualizado: hace 3 días

¿Regresamos al escenario de Yalta donde Roosevelt, Stalin y Churchill se repartieron el mundo? ¿Jinping, Trump y Putin harán lo mismo?

Vuelven los regímenes autoritarios

 

El siglo 20 comenzó con promesas de progreso, pero en sus primeras tres décadas sentó las bases para la instauración de regímenes autoritarios y estatistas en todo el mundo. Desde las dictaduras militares en Hispanoamérica, Asia y África hasta la consolidación del comunismo en Rusia y el ascenso de regímenes totalitarios en Alemania, Italia y Japón. Una serie de factores políticos, económicos, sociales y psicológicos convergieron para moldear un mundo donde el poder absoluto se volvió una constante.

 

El desgaste de los imperios y la inestabilidad política

 

A principios del siglo 20 era todavía un mundo de imperios. Las monarquías tradicionales dominaban Europa y vastas regiones de Asia y África. Sin embargo, el colapso de estos sistemas tradicionales, acelerado por la Primera Guerra Mundial (1914-1918), dejó un vacío de poder y una profunda crisis política.

El Imperio Austrohúngaro y el Otomano desaparecieron tras el conflicto, mientras que la Revolución Rusa de 1917, acabó con la dinastía Romanov y estableció la primera gran experiencia de gobierno comunista. La falta de estabilidad en países que históricamente habían sido gobernados por monarquías llevó a que muchas sociedades vieran en el liderazgo fuerte y centralizado una respuesta a la incertidumbre y la pobreza.

 

La Primera Guerra Mundial y sus consecuencias

 

La “gran guerra” no solo devastó físicamente a Europa, sino que también socavó la fe en los sistemas democráticos liberales. Los tratados de paz, especialmente el Tratado de Versalles (1919), impusieron duras sanciones económicas a Alemania, generando resentimiento y dejando el terreno fértil para discursos extremistas.

Japón, por su parte, emergió como una potencia en ascenso con ambiciones imperialistas, lo que llevó al militarismo como forma de gobierno. Italia, sumida en una crisis política y económica favoreció la aparición del fascismo de Benito Mussolini en 1922.

Las democracias occidentales, debilitadas y con líderes incapaces de enfrentar los desafíos de la posguerra, dieron lugar a movimientos que pedían un control estatal más fuerte incluido el keynesianismo en la economía, y la supresión o restricción de los valores liberales.

 

El auge del nazismo, el comunismo y el fascismo

El comunismo soviético, instaurado tras la Revolución de Octubre, en 1917, ofrecía una alternativa radical a la democracia liberal y al capitalismo. La promesa de una economía centralizada, sin desigualdades de clase, atrajo a buena parte de los ciudadanos desesperados por las crisis económicas. Lenin y, posteriormente, Stalin consolidaron un régimen basado en el terror, la propaganda y el control absoluto del Estado sobre la vida de sus connacionales.

Por otro lado, el fascismo en Italia (1922) y el nazismo en Alemania (1933) surgieron con discursos nacionalistas, prometiendo estabilidad, empleo y restauración del orgullo nacional. Ambos movimientos enfatizaban el control del Estado sobre la economía y la sociedad, promoviendo la eliminación de opositores y la militarización de la vida cotidiana.

El militarismo japonés siguió una línea similar, con el emperador como figura semidivina y un gobierno controlado por líderes militares. En todos los casos los líderes expresaron ser expansionistas por necesidad, como Hitler que habló del "espacio vital" requerido por Alemania. Todos querían extender las fronteras de sus países.

 

La gran depresión: El catalizador de los regímenes autoritarios

 

El crack de la bolsa de Nueva York en 1929 y la Gran Depresión global resultaron en una crisis económica sin precedentes. Millones de personas perdieron sus empleos, una enorme cantidad de empresas y fábricas cerraron y los gobiernos democráticos fueron percibidos como ineficaces para gestionar la crisis.

En este contexto, los regímenes autoritarios se presentaron como la única solución. En Alemania, la crisis económica llevó a la radicalización de la población, facilitando el ascenso de Hitler. En América Latina, la inestabilidad política derivó en golpes militares y dictaduras que justificaban su existencia con la promesa de orden y desarrollo económico.

En la Unión Soviética, Stalin utilizó la crisis mundial para consolidar su poder mediante purgas políticas, control absoluto de la economía y propaganda estatal.

Los primeros 30 años del siglo 20 fueron un caldo de cultivo para la aparición de regímenes autoritarios y estatistas en todo el mundo. La combinación de guerras devastadoras, crisis económicas, colapso de imperios y desilusión con la democracia liberal llevó a que muchos pueblos buscaran en líderes fuertes la solución a sus problemas.

Los totalitarismos de derecha, como el nazismo y el fascismo, y los de izquierda, como el comunismo soviético, compartían un elemento común: la eliminación de libertades individuales en favor del poder del Estado y crecer en territorios. Lo que siguió fue una era de represión, militarización y conflictos que culminaron en la Segunda Guerra Mundial.

El análisis de este periodo nos deja una lección fundamental: la crisis y la desesperanza son el terreno perfecto para el autoritarismo. Cuando la democracia falla en ofrecer soluciones efectivas, la tentación de los líderes fuertes y del control absoluto se vuelve irresistible para buena parte de los ciudadanos.

 

El siglo 21 y el regreso del autoritarismo

 

En los primeros 30 años del siglo 20, el mundo vivió una serie de crisis económicas, políticas y sociales que derivaron en la consolidación de regímenes autoritarios y estatistas en diversas partes del mundo. Esta espiral de nacionalismo, militarismo, expansionismo y control estatal absoluto desembocó en la Segunda Guerra Mundial, el conflicto más devastador de la historia humana.

Hoy, en las primeras décadas del siglo 21, nos encontramos con paralelismos inquietantes que nos obligan a preguntarnos: ¿estamos repitiendo los errores del pasado? ¿Se están gestando las condiciones para una nueva ola de autoritarismo global que podría derivar en un desastre bélico?

 

Crisis económicas y su impacto en la estabilidad política

 

Así como la Gran Depresión de 1929 destruyó la confianza en los gobiernos democráticos y permitió que líderes totalitarios presentaran soluciones drásticas, en el siglo 21, la crisis financiera de 2008 marcó un punto de inflexión. Los colapsos bancarios y las recesiones globales generaron descontento social, pérdida de empleos y una percepción generalizada de que las élites económicas y políticas estaban desconectadas de las necesidades de la gente. En este contexto, surgieron movimientos populistas, de derecha e izquierda, que, al igual que en la década de 1930, han y están capitalizado la frustración de un sinnúmero de personas

Más recientemente, la crisis derivada de la pandemia de COVID-19 (2020-2022) intensificó las tensiones económicas y sociales. Gobiernos de todo el mundo adoptaron medidas de emergencia que reforzaron el papel del Estado en la vida de todos, desde restricciones de movilidad hasta intervenciones masivas en la economía. La legitimidad de la democracia liberal quedó disminuida en muchos países, mientras que regímenes autoritarios como China, Rusia y Turquía consolidaron su poder bajo el argumento de la "eficiencia estatal".

 

El resurgimiento del nacionalismo y la polarización social

 

El siglo 20 nos mostró que el nacionalismo exacerbado fue la chispa que encendió la mecha del fascismo, nazismo y militarismo. Los discursos de supremacía nacional y el señalamiento de enemigos internos y externos fueron claves en la consolidación del poder en Alemania, Italia y Japón. En el siglo 21, hemos sido testigos del ascenso de líderes y movimientos ultranacionalistas en diversas partes del mundo. Desde Rusia y China hasta Estados Unidos y Europa, los discursos de "nosotros contra ellos" han vuelto con fuerza. La polarización social, alimentada por la desinformación en redes sociales y los algoritmos que refuerzan visiones extremas, ha debilitado el diálogo democrático.

Además, la globalización, que prometía unir al mundo bajo el libre comercio y la interdependencia económica, ha comenzado a fracturarse. El auge del proteccionismo, el aumento de aranceles y la rivalidad entre grandes potencias, como la guerra comercial entre EE.UU., y China, recuerdan peligrosamente a los bloqueos económicos y las tensiones comerciales previas a la Segunda Guerra Mundial.

 

Guerra, militarización y expansión autoritaria

 

En los años 30, la militarización fue una de las señales más claras del camino hacia la guerra. Alemania rearmó su ejército en violación del Tratado de Versalles, Japón invadió China y la URSS consolidó su dominio mediante la represión y la expansión territorial. Estados Unidos una década después inauguró la era atómica.

Hoy, estamos viendo una preocupante tendencia similar. Rusia ha invadido Ucrania, desafiando el orden internacional y reavivando temores de una guerra a gran escala en Europa. China, por su parte, ha intensificado su retórica agresiva sobre Taiwán, mientras fortalece su poderío militar y amplía su influencia en Latinoamérica, el Pacífico y África.

Además, la proliferación de conflictos regionales en Medio Oriente, África y Asia ha generado un clima global de inestabilidad, en el que las alianzas militares vuelven a cobrar protagonismo. La OTAN, que parecía un organismo en decadencia tras la Guerra Fría, ha resurgido como una respuesta al expansionismo ruso.

En América Latina, los ciclos de dictaduras militares del siglo 20 han dado paso a gobiernos con tendencias autoritarias disfrazadas de democracias, como en Venezuela, Cuba y Nicaragua en la izquierda, y El Salvador en la derecha han consolidado el poder a través del control de instituciones y el debilitamiento de la prensa libre, repitiendo estrategias vistas en el ascenso de los regímenes autoritarios del siglo pasado.

 

El control del estado sobre la sociedad y la tecnología

 

Si el siglo 20 nos enseñó algo es que el control del Estado sobre la vida privada de los ciudadanos es una herramienta fundamental para los regímenes totalitarios. En el pasado, este control se ejerció a través de la propaganda en radio, prensa y cine. Hoy, la tecnología ha llevado esto a un nivel sin precedentes.

Los gobiernos autoritarios han perfeccionado el uso de la vigilancia masiva, la censura digital y la manipulación informativa para consolidar su poder. En China, el sistema de crédito social y el control del internet han permitido al Estado moldear el comportamiento de sus ciudadanos de una manera que Hitler y Stalin solo podrían haber soñado.

En Occidente, si bien no se ha llegado a ese extremo, el uso de la inteligencia artificial y los algoritmos de redes sociales han facilitado la polarización, la manipulación de elecciones y el debilitamiento de la confianza en la democracia y en los medios democráticos de comunicación que defienden las libertades y los derechos humanos.

 

¿Se está repitiendo la historia?

 

La historia no se copia de forma exacta, pero rima. Aunque los contextos han cambiado, los patrones de crisis económica, polarización política, nacionalismo extremo y militarización se están manifestando nuevamente.

El peligro radica en que, al igual que en los años 30, muchos ciudadanos están dispuestos a sacrificar libertades a cambio de una falsa estabilidad e ilusoria seguridad. El autoritarismo no se impone de golpe, sino que se infiltra gradualmente en nombre de "la protección de las personas".

Si algo podemos aprender del siglo pasado es que la combinación de crisis económicas, líderes carismáticos con retóricas divisivas y la militarización del discurso político es el camino directo a la guerra.

Estamos en un momento crítico. El mundo puede optar por reforzar las democracias, fortalecer el diálogo internacional y buscar soluciones conjuntas a los problemas globales. O puede ceder al estatismo, al control absoluto del poder y a la rivalidad entre naciones, lo que nos llevaría a repetir la tragedia del siglo anterior.

La lucha no es solo entre sistemas políticos, sino entre el miedo y la razón. Entre la tentación del autoritarismo y la resiliencia de la democracia. El siglo 21 todavía está en construcción. Dependerá de las decisiones que tomemos hoy si será recordado como el siglo de la paz o el siglo de una nueva catástrofe global.

 

De Yalta a un nuevo reparto del mundo

En febrero de 1945, cuando la II Guerra Mundial se acercaba a su fin, los líderes de las tres grandes potencias aliadas —Franklin D. Roosevelt (EE.UU.), Winston Churchill (Reino Unido) y Joseph Stalin (Unión Soviética)— se reunieron en Yalta, una ciudad de Crimea, hoy Ucrania, para decidir el futuro del mundo. Curiosamente, hoy en día también el futuro puede depender de la guerra de Rusia en Ucrania. El resultado en el siglo 20 fue un nuevo mapa geopolítico en el que Europa quedó dividida entre el bloque occidental, liderado por EE.UU. y Reino Unido, y la esfera de influencia soviética, marcando el inicio de la Guerra Fría.

Hoy, en este siglo, los líderes de las tres superpotencias actuales —Estados Unidos, Rusia y China— enfrentan una coyuntura que evoca aquellos momentos decisivos de la historia. Mientras el mundo observa con incertidumbre, surge la pregunta: ¿Estamos presenciando un nuevo "reparto del mundo" entre grandes potencias? ¿Se está configurando una nueva versión de Yalta, pero con China en lugar del Reino Unido?

 

Yalta: el acuerdo que dividió al mundo

 

La Conferencia de Yalta (4-11 de febrero de 1945) se celebró en un contexto en el que la derrota de la Alemania nazi era inminente y la reconstrucción del orden mundial se convirtió en la prioridad de las potencias vencedoras.

Los acuerdos alcanzados incluyeron: La división de Alemania en cuatro zonas de ocupación (estadounidense, británica, francesa y soviética). El establecimiento de gobiernos en Europa del Este, lo que significó la instauración de regímenes comunistas bajo la órbita soviética. El compromiso de la Unión Soviética de entrar en la guerra contra Japón, a cambio de concesiones territoriales en Asia y la creación de la ONU, con el fin de evitar futuros conflictos globales, aunque con un Consejo de Seguridad donde las grandes potencias tendrían poder de veto.

El problema de Yalta no fue solo la división territorial, sino la legitimación del expansionismo soviético en Europa del Este, lo que inició la Guerra Fría. Con el tiempo, la lucha por el dominio geopolítico generó enfrentamientos indirectos en Corea, Vietnam, Afganistán y América Latina, configurando un mundo bipolar dominado por EE.UU. y la URSS.

 

El Siglo 21: Hacia una nueva reconfiguración

 

Hoy, la historia parece regresar. Rusia, China y Estados Unidos son las superpotencias que marcan el equilibrio de poder mundial, cada una con intereses y estrategias que podrían desembocar en un nuevo "reparto del mundo". Las tres naciones son comandadas por líderes al menos “mandones”, dominantes e imperiosos, si no autócratas.

 

Rusia: la nostalgia del imperio perdido

 

Desde la disolución de la Unión Soviética en 1991, Rusia ha buscado recuperar su influencia perdida. Bajo la hegemonía de Vladimir Putin, el país ha demostrado una estrategia de expansión agresiva, como lo demuestra la anexión de Crimea en 2014 y la invasión de Ucrania en 2022.

El objetivo de Rusia no es solo restaurar su control sobre territorios de la ex-URSS, sino redefinir el orden mundial en términos multipolares, debilitando la integración occidental. Su alianza con China y sus lazos con regímenes autocráticos en Medio Oriente y África son una prueba de que busca consolidar un bloque de poder alternativo al dominio estadounidense y europeo.

 

China: La superpotencia del presente siglo

 

China, con Xi Jinping al mando, ha dejado de ser una nación enfocada solo en el crecimiento económico para convertirse en un actor global con aspiraciones hegemónicas. Su estrategia se basa en la expansión económica y dominio territorial. China ha financiado infraestructura en más de 60 países, generando una red de dependencias económicas.

También ha procurado su fortalecimiento militar. Ha modernizado su ejército y aumentado su presencia en el Mar de China Meridional, desafiando a EE.UU., y sus aliados. Usa una nueva diplomacia estratégica: Ha estrechado relaciones con Rusia e Irán y ha intentado dividir a Occidente mediante acuerdos bilaterales con países europeos, africanos y latinoamericanos.

El gran dilema chino es Taiwán. La posibilidad de una invasión o anexión de la isla podría generar un conflicto directo con EE.UU.

 

Estados Unidos: Entre el declive y la resistencia

 

EE.UU., sigue siendo la mayor potencia económica y militar del mundo, pero enfrenta desafíos internos y externos que ponen en duda su liderazgo global. Desde la crisis financiera de 2008 hasta el auge del populismo y la polarización política, en el presente ha debilitado su relación con Europa y la OTAN, y con sus aliados de Canada, México y Latinoamérica. También se dispone a entrar en conflicto con los países árabes por sus propuestas de eliminar la franja de Gaza como parte de un estado palestino.

La gran pregunta es si EE.UU. logrará mantener su liderazgo o si entrará en un período de declive similar al que experimentó el Reino Unido tras la Segunda Guerra Mundial.

 

¿Una nueva conferencia de Yalta?

 

Aunque no se ha dado una reunión formal como la de 1945, los hechos sugieren que Rusia, China y EE.UU., están trazando líneas de influencia en el mundo. Rusia busca consolidar su dominio en Ucrania, Bielorrusia y otros países exsoviéticos en Europa Oriental y Asia Central.

China por su lado trata de afirmar su control en el Mar de China Meridional y debilitar la presencia estadounidense en la región Asia-Pacífico e Hispanoamérica.

Tanto Rusia como China han aumentado su influencia en Medio Oriente y África, aprovechando el retiro progresivo de EE.UU.

China también ha incrementado sus inversiones en países como Argentina, Brasil y Venezuela, y otras naciones de América Latina, mientras que Rusia ha reforzado su presencia militar en la región en Venezuela, Cuba y Nicaragua.

El mundo parece encaminarse hacia una nueva repartición de esferas de influencia. Pero hay una diferencia fundamental, hoy no hay un enemigo común que unifique a las superpotencias. En Yalta, EE.UU., Reino Unido y la URSS se aliaron contra el nazismo. Ahora, las rivalidades entre EE.UU., Rusia y China son claras y directas, lo que aumenta el riesgo de confrontaciones militares.

 

¿Hacia un nuevo orden u otra guerra?

 

Hoy estamos viendo el surgimiento de un nuevo orden global, con Rusia y China desafiando la hegemonía estadounidense. El gran peligro es que, a diferencia de la posguerra, no existen mecanismos sólidos para evitar el conflicto directo entre estas potencias. La ONU ha perdido relevancia, los acuerdos multilaterales son frágiles y el auge del nacionalismo hace que cada nación priorice sus propios intereses sobre la estabilidad global.

Si Rusia, China y EE.UU., deciden "repartirse el mundo", el riesgo de que este proceso desemboque en una guerra total es muy alto. La única salida es que las democracias se fortalezcan, que los organismos internacionales se adapten a los nuevos desafíos y que el mundo aprenda de los errores del siglo 20 antes de que sea demasiado tarde.

Lo que está en juego no es solo el futuro de la geopolítica, sino la paz global en una era donde las armas nucleares y la inteligencia artificial pueden hacer que la próxima gran guerra no deje vencedores, sino solo escombros.

 

Líderes autocráticos o plena democracia: ¿cuál es la alternativa?

 

La humanidad ha oscilado históricamente entre regímenes autoritarios y sistemas democráticos, en un vaivén de poder donde las crisis económicas, la inseguridad y la incertidumbre han sido los principales factores que determinan cuál modelo prevalece. En tiempos de estabilidad, la democracia se fortalece, pero en tiempos de crisis, el autoritarismo encuentra terreno fértil.

Hoy, el debate entre el liderazgo autocrático y la plena democracia vuelve a estar en el centro del escenario global. Mientras en Occidente aún se defiende el modelo democrático, muchas naciones están abrazando, con matices, formas de gobierno cada vez más centralizados y autoritarios. ¿Estamos ante un punto de inflexión? ¿Es el liderazgo autocrático una solución efectiva o un camino peligroso hacia la pérdida de libertades?

 

El atractivo del liderazgo autocrático

 

A lo largo de la historia, los líderes autocráticos han surgido con la promesa de restaurar el orden, traer estabilidad y resolver problemas que las democracias parecen no poder manejar con rapidez. Su atractivo radica en varios factores, el primero decidir rápidamente y sin trabas. En tiempos de crisis, las democracias suelen ser percibidas como lentas e ineficientes. Un líder autocrático no tiene que negociar con parlamentos ni lidiar con la oposición, lo que le permite tomar decisiones inmediatas.

En seguridad y control, y en sociedades afectadas por el crimen o la inestabilidad, los regímenes autoritarios pueden imponer mano dura, restringiendo libertades a cambio de seguridad. Los autócratas suelen utilizar discursos de unidad nacional y patriotismo para consolidar su poder, presentándose como la única alternativa ante enemigos internos y externos bajo la consigna “nacionalismo y unidad”.

Algunos regímenes autocráticos han logrado crecimiento económico acelerado al evitar el proceso burocrático de las democracias. En el caso de China, ha utilizado un modelo de "capitalismo de Estado" bajo un liderazgo centralizado que ha producido resultados económicos impresionantes.

Sin embargo, la historia también ha demostrado que los gobiernos autoritarios pueden convertirse en trampas de poder absoluto, donde las libertades individuales se erosionan, el pensamiento crítico es perseguido y la corrupción se vuelve endémica al no haber mecanismos de control y transparencia.

 

Las ventajas y desafíos de la democracia plena

 

A pesar de sus imperfecciones, la democracia sigue siendo el modelo de gobierno que mejor garantiza los derechos humanos, la participación ciudadana y la rendición de cuentas.

La democracia permite la libertad de expresión, el derecho a la protesta y la protección de los derechos individuales frente al abuso del poder. Es la garantía de los derechos humanos y de las libertades. A diferencia de los regímenes autocráticos, donde un líder puede permanecer en el poder de manera indefinida, la democracia establece límites y permite la renovación de liderazgos, y la alternancia en el poder.

Un verdadero sistema democrático no depende de un solo líder, sino de instituciones que garantizan estabilidad a largo plazo con instituciones fuertes y descentralización del poder.

Las sociedades democráticas tienden a ser más abiertas a la diversidad de ideas, lo que fomenta el progreso en la ciencia, la tecnología y el desarrollo de la cultura, la innovación y la creatividad

No obstante la democracia enfrenta serios desafíos en el mundo actual. La polarización extrema, la fragmentación ideológica, y la proliferación de discursos radicales han debilitado la confianza en el sistema de libertades. En muchos países, el ejercicio de la libertad ha sido capturada por élites políticas y económicas que utilizan el sistema para sus propios intereses. La tecnología ha dado lugar a una guerra de información donde la verdad es difícil de discernir, afectando la calidad del debate democrático mediante la desinformación y la manipulación.

 

¿Existe una alternativa intermedia?

 

Algunos países han intentado modelos híbridos, combinando elementos democráticos con un fuerte liderazgo centralizado. Singapur, es un caso considerado un "autoritarismo benevolente", con una economía abierta y una fuerte intervención del Estado. Sin embargo, este tipo de modelo depende en gran medida de la calidad del liderazgo y la ética del gobernante en turno, lo que lo hace frágil a largo plazo.

En contraste, las democracias pueden fortalecerse si logran encontrar mecanismos para ser más eficientes, reducir la corrupción y restaurar la confianza en sus instituciones. Esto requiere reformas profundas y una educación ciudadana que promueva la responsabilidad política.


Los tres líderes en una “Yalta II”

 

Donald Trump como presidente, representaría a Estados Unidos, una de las principales potencias mundiales. Su enfoque de "América Primero" y su estilo diplomático distintivo influirían en las dinámicas de la conferencia. A pesar de los desafíos internos y externos que enfrenta EE.UU., sigue siendo la principal superpotencia militar y económica, con influencia global. No podemos dejar de mencionar que el presidente Trump ha señalado que Groenlandia, Canadá y hasta Panamá deben formar parte de los Estados Unidos y define sus intenciones y objetivos estratégicos cuando cambia el nombre de "Golfo de México" por "Golfo de América", recordando las teorías del expansionismo y del espacio vital defendidos por Alemania, Italia y Japón en el siglo pasado.

Vladimir Putin, con un cuarto de siglo en el poder, ejercerá el rol que desempeñó Stalin en 1945, sería el representante de Rusia, una nación con ambiciones geopolíticas expansivas, una fuerte capacidad militar y un creciente enfrentamiento con Occidente. Su guerra en Ucrania, su alianza potencial con China, y su intento de recuperar influencia en el escenario global lo convierten en una figura clave en cualquier negociación sobre el futuro del orden mundial.

Xi Jinping, gobernante a perpetuidad de China, sustituye en la Yalta original, al Reino Unido que tuvo un asiento allí. Hoy China ha desplazado a Londres como la principal potencia emergente y competidor global de EE.UU. Jinping, con su liderazgo centralizado y su estrategia de expansión económica, militar y tecnológica, representa un nuevo eje de poder que no estaba presente en 1945. China ha demostrado su capacidad de desafiar el liderazgo occidental y buscar una reconfiguración del equilibrio global.

 

¿Adónde vamos?

 

Aunque es tentador imaginar un nuevo "reparto del mundo", la realidad es que la geopolítica del siglo 21 es más compleja. En 1945, el poder estaba concentrado en unas pocas manos. Hoy, hay múltiples actores emergentes como la India, la Unión Europea, Brasil, entre otros, y las dinámicas económicas, tecnológicas y militares hacen que un acuerdo como el de Yalta sea difícil de replicar. Aun así, si estos tres líderes, que comandan los ejércitos y armamento nuclear más poderosos de la Tierra, llegaran a un acuerdo, su impacto definiría el futuro de la humanidad en las próximas décadas, de una u otra forma. Y si no lo hacen, sería el final… Que la Divina Providencia nos acompañe…

 

Psicólogo

Entradas relacionadas

Ver todo

Commenti


21

¡Gracias por suscribirte!

Suscríbete a nuestro boletín gratuito de noticias

Únete a nuestras redes y comparte la información

  • X
  • White Facebook Icon
  • LinkedIn

© 2022 Informe21

bottom of page