Francisco: mis razones para admirarlo
- Trino Márquez
- hace 1 hora
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El papa Francisco –cuyo nombre lo toma de San Francisco de Asís, el santo por excelencia de los pobres y los humildes- será recordado por muchas virtudes. Además de su simpatía natural y su fino sentido del humor; de su desparpajo, como cuando confesaba su pasión por el fútbol y su fanatismo por el Club Atlético San Lorenzo de Almagro, a mí me atraían especialmente las cualidades que paso a comentar.
Francisco logró reconectar la Iglesia Católica con los jóvenes, los excluidos y los grupos más vulnerables, entre los que destaco a los inmigrantes llegados a Europa provenientes de países azotados por la miseria, el desempleo, la violencia y la represión. Sin glorificar la
pobreza, fue un crítico de esa manera de concebir la riqueza de las naciones sólo desde la perspectiva del crecimiento económico, sin tomar en cuenta la distribución y la equidad en el reparto de los beneficios que ese crecimiento debería generar para el conjunto de la sociedad.
Su crítica al neoliberalismo apuntaba en esa dirección: está muy bien que los economistas y los gobiernos neoliberales impulsen las fuerzas del mercado, desaten las amarras que paralizan el crecimiento. Pero, el ser humano debe estar en el centro de atención de todos los planes de desarrollo. Esta visión le permitió acercarse a los sectores más vulnerables para entenderlos y solidarizarse con ellos. Ese es el cristianismo que reivindica a los humildes y se conecta con la palabra de Cristo y los Evangelios.
La inclusión constituye otra de las aristas que Francisco talló. A las mujeres, tan subordinadas dentro de la jerarquía eclesiástica, las elevó un poco de rango. Famosa es su frase “quién soy yo para juzgar”, refiriéndose a los homosexuales. ¿Por qué hay que excluirlos del Reino
de los Cielos? Su perspectiva significó un verdadero cambio dentro de una institución tan acartonada y, en numerosas ocasiones, hipócrita, como la Iglesia. Probablemente, Francisco suponía que los seminarios y el sacerdocio representaban refugios para muchos homosexuales que aspiraban a encubrir, reprimir o vivir a hurtadilla su condición. El Papa,
sin admitirlo directamente, sugirió que no podía condenar a quienes se cobijan en la institución.
Lo que sí reprobó con firmeza fue la pederastia, perversión que había sido encubierta por sus predecesores, o, al menos, constituía tabú que no debía ventilarse de forma pública. Francisco tuvo el coraje de reconocer que el problema existía y que era necesario encararlo
asumiendo los costos que ello implicaba. El mundo pudo ver cómo la Iglesia reconoció la existencia de clérigos, ubicados desde las posiciones más humildes hasta las más encumbradas, que habían utilizado su autoridad para abusar de niños y jóvenes indefensos. Con Francisco la careta se derritió. Lo que era un secreto a voces se transparentó. Numerosas víctimas fueron resarcidas y los victimarios, execrados.
La defensa del medio ambiente fue otro de los temas que Francisco incluyó en su agenda. En la encíclica Laudato Si (Alabado Seas), publicada en 2015, trata la necesidad de cuidar el medio ambiente y el planeta. Sentía que era su obligación, y la del Vaticano, pronunciarse
ante un problema creciente, marginado por los "negacionistas", que afecta las generaciones presentes y las que están por venir. Las palabras del Papa quedan como testimonio de una figura mundial interesada en preservar la Tierra, "nuestra casa común”. Debemos respetarla y cuidarla porque existen unos voraces muy poderosos que, movidos por codicia, no les importa destruir lo que la Naturaleza, o Dios si se prefiere, ha edificado con tanta paciencia y esmero.
El papa Francisco también combatió sin tregua la corrupción en el Vaticano y adecentó las cuentas del Banco Vaticano, caracterizado durante años por la opacidad de su administración. Incluso, se comenta, sobre una sólida base, que el papa Benedicto XVI renunció, entre otros motivos, por su incapacidad para controlar la corrupción en la Santa
Sede; y que el papa Juan Pablo I fue asesinado apenas un mes luego de haber ascendido al trono de San Pedro porque las mafias que controlaban los negocios financieros del Vaticano, se opusieron a emprender las reformas que el Santo Padre pretendía acometer. Así es que no es poca cosa el mérito de Francisco al lanzarse a la limpieza del Estado Vaticano.
Si algo le critico a Francisco fue su cercanía y admiración por Fidel Castro, personaje que a medida que pasa el tiempo se revela como más dañino para Cuba, los pobres y los excluidos, no solo por su infinita crueldad y megalomanía, sino por su inveterada incapacidad para gobernar. Un modelo de ineptitud. Sin embargo, ese "pecado" solo revela que Francisco era un ser humano con sus luces y sus sombras, al igual que cualquier otro.
Este reconocimiento a Francisco lo ofrezco no porque sea católico o cristiano. En realidad, no profeso ninguna religión. Me mueve el hecho de estar convencido de que la Humanidad necesita figuras de talla universal que proyecten la bondad, la empatía y la inteligencia que
Francisco poseía. Termino esta nota recomendando el libro más reciente de Javier Cercas, El loco de dios en el fin del mundo. Su punto de partida es el viaje que el escritor realizó con el papa Francisco a Mongolia. Van a disfrutarlo.