Si me hubieran dicho que terminaría obsesionado con un podcast que conecta una vaca cubana con la Guerra Fría, me habría reído. Pero aquí estoy, escuchando por tercera vez cómo una cafetera italiana tiene más que ver con el fascismo que, aquel tío promedio hablando de política en la cena de año nuevo.
Maxi Guerra, ese uruguayo que cocina historias mejor que Francis Mallmann alguna de sus recetas, creó en Gastropolítica un festín narrativo donde la política y la gastronomía se sientan en la misma mesa. Y vaya que la cosa funciona: es el podcast gastronómico más escuchado en Latinoamérica. ¿El secreto? Guerra toma ingredientes aparentemente incompatibles –como Pepsi y el comunismo soviético– y los mezcla en un guiso narrativo de 15 minutos que te deja más satisfecho que un político después de una cena de campaña.
Es como si Anthony Bourdain y un profesor de Historia hubieran tenido un hijo intelectual,
pero con acento uruguayo y sin necesidad de visa.
A lo largo de sus episodios, en Gastropolítica aprendes cosas como, por ejemplo, que una
simple cafetera Bialetti (esa cafetera que todos tenemos oxidándose en algún estante) tiene
más historia política que el Congreso, y que hubo una vaca cubana que causó más controversia internacional que cualquier cumbre diplomática.
Gastropolítica es la prueba de que se puede hacer un podcast inteligente sin sonar pretencioso, educar sin aburrir y hablar de política sin que nadie termine tirándose la comida
por la cabeza. Es el equivalente auditivo de ese plato que no sabías que necesitabas probar
hasta que lo hiciste. Y ahora, como me pasa con el dulce de leche, no puedo parar de comerlo.
Si aún no lo han escuchado, háganlo. Es el único podcast que conozco donde pueden aprender sobre la Guerra Fría mientras preparan café, entender el fascismo a través de una cafetera, y descubrir que la política y la comida son como el arroz y los frijoles: están mejor juntos que separados.
Lo más refrescante de todo es que Maxi Guerra no pretende ser un Gordon Ramsey de la
historia ni un historiador con delantal. Es más bien como ese chef de barrio que conoce todos
los secretos del oficio, pero prefiere contártelos entre risas y sin alardes. Paradójicamente los
episodios de Gastropolítica no tienen una receta exacta, pero siempre salen bien: por lo que
pude inferir estos se preparan con una pizca de investigación seria, dos cucharadas de humor y una taza grande de narrativa envolvente. El resultado es un platillo que se devora con los oídos y se digiere con el cerebro.
Gastropolítica es un camino de ida, pues tras escucharlo, ahora cada vez que alguien menciona la Guerra Fría, pienso en Pepsi; cuando veo una vaca, me pregunto si batirá récords de producción láctea; y cada mañana, al preparar mi café, siento que estoy participando en un pequeño acto de revolución cultural.
Si aún no han escuchado Gastropolítica, acá les dejo el canal de YouTube para que se deleiten con sus episodios: