En la avenida Francisco Solano López de Sabana Grande, (Caracas) intersección con la calle Negrín, vivió durante muchos años Gerry Weil, el músico fallecido el pasado sábado 16 de noviembre. Su apartamento del edificio Davolca, a unos pasos del populoso bulevar que atraviesa la zona, era también su sala de ensayos y el lugar donde enseñaba a jóvenes músicos emergentes.
Era un hombre comunicativo y afable, que saludaba con efusión a los transeúntes que lo reconocían o entablaba conversación con los habitantes y comerciantes del lugar que conocía. Siempre ataviado con los bermudas que formaban parte de su vestuario como un sello personal, la de Gerry Weil era una presencia constante en el sector.
Fue una de las primeras personas que conocí cuando me mudé a la avenida Solano López, hace ya 16 años. Nunca dejó de hablarme con entusiasmo de su faceta de profesor de música, a la cual se arraigó predominantemente en sus más recientes años (“porque los toques no me dan mucho para vivir”) y no se cansaba de elogiar el talento de sus jóvenes alumnos, tanto a los que impartía clases en su casa, como a los que las tomaban a distancia vía Zoom, una modalidad que le permitía compartir sus saberes, en tiempo real, con discípulos de otros países.
Cada vez que podía nos contaba aspectos de su historia de vida, algo que le gustaba mucho. De todos estos años, recordamos algunas reflexiones suyas en voz alta, que tuvimos el privilegio de grabar y que ahora compartimos:
“Me vine a Venezuela en 1957, procedente de Austria, mi país natal. Tenía 17 años de edad. Tuve que venirme, porque era un chamo y mi abuela, con la que me crié, no podía ya encargarse ya de mí en la difícil Austria de la posguerra. De esta manera llegué a Caracas, donde vivía mi mamá con su segundo esposo”.
“Cuando llegué me gustaron el clima, las morenas, el tambor, el eterno verano y la humanidad relajada e improvisada del venezolano. He hecho toda una vida aquí, me casé con una oriental, tengo dos hijos y uno de ellos me ha dado dos nietos. Desde niño fui fanático del jazz y de la música clásica. Aquí empecé a estudiarla. Tuve buenos profesores en lo académico y en cuanto al jazz, mi formación fue más autodidacta. Mi vida como músico ha sido estudiar, aplicar, difundir, enseñar, aprender más. No he parado ni pienso parar. He tenido contacto con muchos géneros musicales, de Brasil, de África, me he metido a fondo en lo latino y muy a fondo en lo venezolano, que tiene ritmos muy particulares, que no existen en ninguna otra parte del planeta.
“En 2007 me dieron el Premio Nacional de Música y también recibí un Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Los Andes, que agradezco mucho. En realidad yo tuve que trabajar mucho y estoy haciéndolo todos los días. Vivo de mi trabajo en la enseñanza, la pedagogía. Porque de los toques no se puede. Empecé hace 50 años como maestro de música y he formado a tres generaciones. Actualmente aprovecho la tecnología, vía Skype. Tengo un alumno en Madrid, otro en Madison, Wisconsin, Estados Unidos y otro en Panamá. Y hay otros más. Este sistema funciona muy bien”.
A Gerry dejé de verlo hace bastante más de un año. A raíz de sus quebrantos de salud, se mudó de la avenida Francisco Solano para irse a vivir con su hijo Gerhard. Y a nosotros nos dejó el mejor de los recuerdos.
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