Una de las innumerables perversiones creadas por el régimen a lo largo del cuarto de siglo que tiene mandoneado al país, es la fusión que ha establecido entre el Estado y el PSUV. Mientras en los países con democracias sólidas, esas fronteras están claramente delineadas, en la Venezuela madurista esos límites se mezclan y confunden como si Estado y partido fuesen la misma cosa. Por esa razón se ve, ya sin mucho asombro, que Nicolás Maduro, en una pobre imitación de María Corina Machado, se encarama en un jeep de la Guardia Nacional Bolivariana para pronunciar una arenga política; o cómo el día del comienzo formal de la contienda electoral, funcionarios públicos le reparten a un grupo de motorizados, dólares del tesoro nacional y gasolina de Pdvsa, en un ejercicio descarado de peculado de uso, forma muy extendida de corrupción practicada por el régimen desde sus inicios
en Miraflores.
Una de las consecuencias de esa fusión es que el Estado chavista absorbió buena parte del PSUV, que ha terminado siendo una maquinaria enmohecida, carcomida por la corrupción, el burocratismo y la inoperancia. Ese partido no es ni remotamente ese aparato metido en
la piel del país, que llegó en su momento a contar con gran apoyo popular. Que aparecía en los sondeos de opinión con más de 50% de aceptación y podía ufanarse de contar con Unidades de Batalla Hugo Chávez (UBCh) y salas estratégicas en las barriadas populares. Ahora el partido oficialista debe conformarse con lucir en las encuestas con un precario 12% de aprobación, compitiendo con Vente Venezuela y otras organizaciones de la asediada oposición.
Una muestra palpable del deterioro del PSUV es su escasa presencia en la campaña electoral de Nicolás Maduro. El candidato a la segunda reelección no se identifica con el PSUV. Lo elude y margina. Pareciera que le avergüenza mostrarse con la cúpula de la organización (a lo mejor la cosa es al revés). En el perfil y los contenidos de la campaña, da la impresión de que el PSUV carece de peso significativo. Maduro no se apoya con firmeza en su partido, sino en el poderoso y tenebroso aparato represivo montado a lo largo de más de dos décadas y en el dispositivo propagandístico del régimen. Todo el mecanismo coercitivo va desde la cúpula de la FANB hasta los funcionarios del Seniat. En ese amplio espectro entran los empleados de empresas públicas como Conviasa y, desde luego, los miembros de la policía política.
La Fiscalía General es una de las instituciones a las que Maduro recurre con mayor frecuencia. Apela al fiscal Tarek W. Saab para investigar y develar conspiraciones fantasiosas, como los supuestos complots para "asesinar" al Presidente de la República, "volar" el primer puente sobre el río Orinoco, o crear un clima de violencia e inestabilidad
el 28 de julio con un batallón de paramilitares colombianos. De ninguno de esos pretendidos planes desestabilizadores el fiscal ha presentado jamás alguna prueba consistente. Ni las presentará porque no existen. Todas son patrañas concebidas para crear incertidumbre, desanimar el voto popular y montarle provocaciones a la oposición con el fin de que desista de la ruta electoral. Otros organismos del Estado utilizados como ariete son Conatel y el Seniat. El primero, se ha encargado de censurar medios audiovisuales, silenciar la voz de Edmundo González y María Corina Machado e invisibilizar su imagen, cerrar radios y portales
de internet, intimidar periodistas independientes. El Seniat ha sido la guillotina que descabeza a esforzados dueños de restaurantes y hoteles que reciben a los líderes opositores. Por cierto, la viandita empleada por Edmundo González en su visita a Anzoátegui, es una de las imágenes más brillantes y agudas de las que se ha valido la oposición para
denunciar la estulticia y maldad del régimen, puesta de manifiesto en la caza desatada contra modestos comerciantes.
En esta "estrategia" (el concepto parece exagerado, pues se trata de burdos zarpazos orientados a intimidar), el PSUV ha ido a la zaga del madurismo. Pareciera que la dirección del partido se encuentra a las órdenes dictadas por el desespero y desconcierto de Maduro y el círculo de hierro que lo rodea, entre ellos el clan Rodríguez. La dirección del PSUV no presenta ningún proyecto o proposición para el debate. Ninguna consigna u objetivo. Se dejó arrastrar al terreno de la antipolítica, donde lo que impera es el militarismo, la mentira, la
calumnia, la desmesura y, por supuesto, el chantaje y la represión. El PSUV se colocó al margen de la política.
Para que el PSUV vuelva a ser lo que fue en el pasado, tendrá que quitarse de encima el yugo de Maduro y la gente que lo capturó. Para esto tendrá que asumir sin complejos la derrota en la elección del 28J y comenzar un minucioso proceso de revisión autocrítica. De lo contario, será arrastrado por el madurismo a la decadencia total.
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