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La guerra comercial y la división internacional del trabajo


 Hace tiempo que China dejó de ser un país de mano de obra barata y los comercios en sus calles compiten fÔcilmente con los comercios de Nueva York. Foto: viarami, Pixabay
 Hace tiempo que China dejó de ser un país de mano de obra barata y los comercios en sus calles compiten fÔcilmente con los comercios de Nueva York. Foto: viarami, Pixabay

En 1992, ya en la Ćŗltima etapa de su vida y de su poder polĆ­tico, el gran lĆ­der chino Deng Xiaoping, pronunció aquella cĆ©lebre frase: ā€œser rico es gloriosoā€. Realmente se trataba de una afirmación herĆ©tica a los ojos de cierta nomenclatura u ortodoxia comunista. La expresión no fue un saludo a la bandera ya que China pudo sacar de la pobreza desde 1978 al sol de hoy a mĆ”s de 700 millones de personas.


Deng no se andaba con rodeos. Había decidido modernizar a su país, el mÔs poblado del mundo (para ese entonces ya que ahora es superado por India) y lo hizo aplicando formas y maneras de relaciones económicas capitalistas, pero iliberal en lo político, con un sistema de partido único, en donde el régimen de poder se desenvuelve exclusivamente al interior de los muros del Partico Comunista Chino.


Deng Xiaoping era un gran admirador y seguidor de las ideas de Lee Kuan Yew, lƭder indiscutible durante muchos aƱos de Singapur, una suerte de ciudad Estado asiƔtica, tremendamente exitosa en su economƭa de libre mercado, crecimiento hacia afuera, aunque tambiƩn posee en lo polƭtico una forma de gobierno con tendencias no tan democrƔticas.


El modelo a imitar en la China post Mao fue precisamente el de Singapur. Y el alumno aventajado superó abiertamente al maestro. Ciertamente se puso en ejecución un esquema económico que combinó la potencia de las fuerzas del mercado, pero con rectoría estatal, algo que ahora conocemos como planificación indicativa. La idea era y es que el Estado influya, pero no obligue, sobre el desempeño de los distintos actores productivos. Y precisamente por tal razón se le denomina indicativa, y a la acción del sector público, aunque

bastante presente, no tiene por lo general carƔcter imperativo.


La República Popular de China ha desarrollado con enorme éxito el mencionado modelo. Muy propio y estrechamente imbricado a su forma de cultura. La receta en cuestión ha dado paso a la composición de un nuevo orden internacional que podríamos denominar post occidental.


Hacia el año 2050, el poderío económico estarÔ en manos de los países que conocemos hoy como emergentes, desplazando de esta forma a las tradicionales economías avanzadas de occidente. Esta es una de las conclusiones mÔs relevantes de diferentes informes provenientes del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y de agencias privadas

independientes. Ā 


Muchos pronósticos apuntan a afirmar que la economía mundial podría duplicar su tamaño para el año 2042, si crece a una tasa anual promedio real de 2,5% por año. Este fenómeno estarÔ apuntalado en gran medida por los mercados emergentes y las naciones en desarrollo, con el crecimiento de las economías de China, India, Indonesia, Rusia Brasil, México y Turquía. Se estima que estos países puedan crecer a una tasa anual promedio de alrededor de 3,5% en los próximos 27 años, en comparación con solo 1,6% para las naciones avanzadas del G7, tales como CanadÔ, Francia, Alemania, Italia, Japón, el Reino Unido y los Estados Unidos.


Un trabajo muy importante, publicado en la prestigiosa revista Foreign Affairs durante el aƱo 2018 pone de relieve un dato significativo. El trabajo titulado, El fin del siglo democrĆ”tico, escrito por los profesores de Harvard y Yale Yascha Mounk y Roberto Stefan Foa, expone en base a cifras del FMI, que dentro de poco la participación en el PIB global por parte de los paĆ­ses con gobiernos no democrĆ”ticos superarĆ” al de las naciones democrĆ”ticas de occidente. El FMI proyecta que dentro de una dĆ©cada esto serĆ” 66% contra 33% a favor de los Estados con regĆ­menes ā€œiliberalesā€ y economĆ­as que calificamos ahora como emergentes. Este proceso, sin duda, serĆ” liderado por China. Tal cosa no habĆ­a ocurrido antes en los Ćŗltimos 130 aƱos y es un dato de una relevancia enorme.


El solo hecho que un estudio sea publicado por el Foreign Affairs, le confiere una importancia significativa. En esta revista publicó Samuel Huntington en 1993 su trabajo Choque de Civilizaciones, que como todos sabemos, tuvo características proféticas.


Las democracias de occidente al parecer han perdido su encanto y se manifiestan impotentes para contener el proceso de empobrecimiento de sus capas medias. Sus países no pueden competir en el largo plazo con China y otras naciones que han abrazado sin titubeos el sistema de producción basado en la economía de mercado, con Estados menos costosos y que ademÔs ponen en ejecución políticas públicas que no son sometidas al escrutinio electoral de sus poblaciones.


Para muestra un botón. China, ya hace tiempo que dejó de ser un país de mano de obra barata y su clase media asciende actualmente a mÔs de 400 millones de personas, una cifra que supera a la población total de EE.UU.


La guerra comercial adelantada por la administración de Donald Trump es la primera reacción importante por parte de occidente, particularmente de EE.UU, frente a esta tendencia de declinación occidental.


No estamos seguros de los buenos resultados de tal respuesta estadounidense, ya que afecta a una enorme cadena de suministro global. Por ejemplo, para fabricar la línea de teléfonos inteligentes iPhone intervienen mÔs de 200 empresas diferentes especializadas en manufacturar cada uno de los distintos componentes que integran este producto de alta tecnología. Tales empresas estÔn físicamente localizadas en 60 regiones o ciudades pertenecientes a 30 países diferentes del planeta. Como vemos, existe una gigantesca división internacional del trabajo que funciona con un sofisticado sistema logístico. Una realidad difícil de revertir a punta de decretos u órdenes ejecutivas sin que genere tremendos trastornos en los esquemas de negocios globales.


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