El pasado 13 de abril falleció Mary Quant una importante contribuyente en la historia de la mujer, quien marcó un hito con la creación de la minifalda en los años 60. Con tan solo 34 cm de tela, Mary Quant revolucionó la aparición de la mujer en el espacio público. Quizás en nuestros días no apreciamos la impresión que la minifalda causó, pero conversando con mi tutor y amigo, el profesor Alfredo Vallota, me comentó que recordó claramente cómo una de las principales calles de Buenos Aires colapsó ante la presencia de una mujer que con actitud determinada vestía su minifalda. Lo que dejó a observadores mudos, pues nadie se atrevió a dirigirle ningún comentario.
Con la minifalda el cuerpo de la mujer, ese cuerpo tan deseado pero también cuestionado y castigado, salió de lo oscuro y oculto que le imponía el ropaje para hacerse ver, ya no sólo por su marido sino para afianzarse ante la mirada del otro, ante gente desconocida. La minifalda le permitió a la mujer fortalecer su seguridad y su aparecer ante el varón que pretendía que se mantuviese oculta en el hogar, donde ese cuerpo fuese sólo visto y apreciado por su pareja, como si él tuviese el derecho exclusivo de decidir quién puede mirar y admirar el cuerpo de la mujer, posición y actitud que sabemos es parte de ese sistema patriarcal que critican las feministas, y que consideran se expresa en las diferencias económicas entre hombre y mujer. Un dato curioso es que el bikini que usó Ursula Andress en la película Doctor No de James Bond en el año 1962, fue vendido por su dueña en el 2001 por 65 mil dólares.
Salir al espacio público a presentar nuestro cuerpo como deseamos impone no sólo que el hombre tenga que reconocernos como dueñas de nuestros cuerpos y modo de ser sino que además los obliga a controlar sus impulsos animales de posesión, controlar ese instinto de querer apropiarse, violar o someter ese cuerpo que no le pertenece, al cual no tiene derecho por el simple hecho de ser más fuerte. Como señalaba el famoso filósofo y teólogo medieval Pedro Abelardo, el pecado reside en el hecho de deliberar y consentir que nuestras acciones estén orientadas por un deseo que no sea el acorde a lo bueno. En este caso, diríamos que el hombre actúa mal no cuando tiene el deseo de apropiarse violentamente del cuerpo de la mujer, sino que además planifica y actúa para satisfacer su aspiración. Por tanto, este aparecer como dueñas de nuestros cuerpos ha obligado al Estado, especialmente a aquellos que quieren ser reconocidos como igualitarios, a establecer leyes que protejan a la mujer y su cuerpo, por lo que es inaceptable la afirmación de que la violación es culpa de la vestimenta de la mujer.
Debemos recordar que para la misma época de la aparición de la minifalda otra creación dio herramientas a la mujer para un mayor control de su vida y para cuestionar la concepción que de la mujer se tenía, me refiero a la aprobación de la píldora anticonceptiva. Poder controlar la vida sexual y reproductiva liberó a la mujer de las consecuencias que traían las relaciones deseadas o no, la liberó de mantenerse exclusivamente en el espacio privado, la liberó de responsabilidades no anheladas, la liberó de ser concebida exclusivamente como madres, dándole posibilidades de iniciar y buscar nuevos ámbitos de aparición y participación más allá del hogar. Demostrando que existe una relación íntima entre nuestro cuerpo femenino y nuestro modo de concebirnos y de imponernos en el ámbito social. Y hoy en día reclamamos ciertas leyes sustentadas en el reconocimiento y aceptación de las diferencias y funciones del cuerpo femenino, como lo es el permiso para amamantar o por tener la menstruación, lo cual no es análogo a pedir un día libre por tener un calambre como consecuencia de haber jugado al fútbol.
En este sentido, la minifalda y la píldora anticonceptiva han sido grandes aliados tanto para exigir y reconocer la independencia de la mujer como para reclamar aceptación y reconocimiento por parte de los hombres. Pero este cambio y aparición de la mujer en el espacio público aún no se vive en todas las sociedades, lamentablemente todavía existen países en los cuales la mujer aún sufre el ocultamiento de su cuerpo, y como sabemos son sociedades donde existe un férreo sometimiento de la mujer. Por esto, debería llamarnos la atención cuando algunos movimientos defensores de la mujer nos invitan a ocultar nuestros cuerpos, bajo la falsa premisa de que no debemos convertirnos en objetos de deseo, cuando realmente es el hombre quien debe educar sus deseos y saber aproximarse al cuerpo femenino. Acaso será que este intento de volver al ocultamiento de nuestros cuerpos es un retorno al espacio interno, será una revalorización disimulada del patriarcado. Estas son las contradicciones que deben hacernos reflexionar, mujeres deseando salir del ocultamiento y poder participar en el espacio público y mujeres que lograron la aceptación y reconocimiento de su independencia tratando de ocultarse nuevamente.
Por eso invito a que destaquemos la importancia de nuestro cuerpo y revivamos el talante de las mujeres que usaron la minifalda, como señal y advertencia del dominio que tenemos sobre nuestro modo de ser y de aparecer en el espacio público.
Usemos la minifalda en solidaridad con aquellas mujeres que son condenadas y castigadas por el solo hecho de exhibir sus cabellos.
Usemos la minifalda para que el hombre se eduque y aprenda a reconocer que los límites de sus acciones son impuestos por el cuerpo de la mujer.
Usemos la minifalda para mostrar que las mujeres podemos vivir fuera del ocultamiento e imponernos ante la mirada del otro.
Viva la mini
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