La grave situación política y económica que atraviesa Venezuela, centrada actualmente en la contabilización del número de gobiernos que reconocen a Edmundo González Urrutia como presidente electo, más la incógnita de cómo transcurrirá una posible negociación, si es que se da, entre quienes hoy ocupan Miraflores y quienes han ganado el derecho a ocupar la casa de Misia Jacinta, parece haber opacado la muy grave tensión que se vive a nivel internacional a la luz de los más recientes acontecimientos en curso.
Además, la hegemonía comunicacional que ha impuesto en nuestro país el totalitarismo conduce a la escasa información y reducido interés en relación con los muy graves nubarrones que se ciernen sobre Europa con el horrible potencial de desatar una nueva Guerra Mundial.
El presidente Biden, ya en las postrimerías de su mandato que termina el 20 de enero, ha aprovechado la atribución constitucional que le permite conducir las relaciones internacionales de su país, combinándola con su condición de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas más la disponibilidad presupuestaria otorgada a regañadientes por un Congreso cuya composición futura cambiará bastante a partir del 3 de enero, cuando se instale la nueva legislatura. Con ese sustento legal Biden ha entregado misiles de mediano y largo alcance que permitirán a Kiev realizar operaciones bastante adentro de la frontera de su país con Rusia con la posibilidad de dar un vuelco al curso de la guerra que últimamente no le viene favoreciendo.
Los misiles en cuestión ya han llegado a Ucrania y el día anterior de escribir estas líneas se anuncia que han sido disparados seis de ellos dirigidos hacia objetivos militares en la región rusa de Kursk y más al este aun.
Se afirma también que Gran Bretaña ha suministrado misiles de similar alcance y se confirma la autorización presidencial norteamericana para la entrega a Ucrania de minas especiales que pueden volverse inertes con el transcurso del tiempo previamente calculado al momento de colocarlas en el terreno o por control remoto.
El uso de estos armamentos, como así también el de los cazabombarderos F-16, ya en servicio está sujeto -como se ha explicado- a las limitaciones que decida imponer el gobierno de Estados Unidos. Ello es así porque las consecuencias de ese giro político comprometen la seguridad de los países de la OTAN, vecinos de Rusia (Polonia, Estonia, Lituania, Letonia, Turquía, Finlandia, Suecia, etc.).
Tal como era de esperar, el presidente Putin no ha demorado en anunciar al pueblo ruso cuál será la reacción de su país ante esta nueva situación. Para tener una idea exacta, recomendamos la transmisión de su discurso y traducción que se encuentra en Internet bajo la dirección electrónica https://x.com/mfa_russia/status/1859663512093544452
En resumen, Putin deja saber en términos bastante creíbles que este tipo de escalamiento con armas producidas en un país de la OTAN (Estados Unidos), estacionadas o lanzadas desde otro país de dicha alianza, va a provocar una retaliación creíble por parte de Rusia. Al mismo tiempo anuncia la revisión de los planes nucleares rusos incorporando la amenaza de utilización de armas nucleares tácticas si fuera necesario. Ellas son bombas nucleares de reducida potencia, pero suficiente efecto destructivo en el área de su utilización y adyacencias además de la contaminación a muy largo plazo.
A la vista está que en una confrontación de retóricas sobre el tema nuclear y un posible desenlace solo media la voluntad de apretar un botón o gatillo bajo el impulso de mayor, menor o ninguna moderación o cálculo. Ojalá no ocurra.
Desde la Guerra Fría (1945/1989) han habido episodios calientes, sin duda. Pero nunca con el potencial de desatar una conflagración en la que no habrá vencedores ni vencidos sino que la humanidad entera pagará las consecuencias. El único episodio comparable fue la crisis de los misiles en Cuba entre Estados Unidos y Rusia en el año 1962 (Kennedy / Khruschev).
El hecho de que el 20 de enero será la posesión de Mr. Trump como presidente de Estados Unidos permite, a nuestro juicio, abrigar la ilusión de que hasta entonces no ocurrirá lo peor.
A lo anterior agréguese que Trump, durante su campaña electoral repitió hasta la saciedad que “terminaría la guerra de Ucrania en su primer día de gobierno”. Ello pudiera ser una fanfarronada más como acostumbra o pudiera – ojalá– ser el preámbulo de una negociación cara a cara con el presidente Putin en la cual ambos encuentren buenas razones para desactivar y preferiblemente terminar una guerra que de una forma u otra ha venido afectando a todo el mundo (precios del petróleo, comercio de granos, desplazamiento de poblaciones, movimiento de capitales etc.).
Lo que sí queda claro es que el presidente Zelensky, héroe indiscutido de esta guerra, poco o nada tendrá que decir en la negociación por venir. Ucrania no podrá recuperar Crimea y posiblemente perderá sus provincias orientales que siempre han estado disputadas por la ambición de Moscú. A su vez, Rusia podrá rehacer su castigada economía y la geopolítica mundial no es que se verá tranquilizada, sino que las tensiones se mudarán a otros escenarios donde también se cocinan conflictos de alta monta. (China/Taiwán, mares del sureste asiático, las dos Coreas, etc.)
Muchos compatriotas, tanto en el interior del país como en la millonaria diáspora, alimentan sus sueños creyendo que con un nuevo secretario de Estado de Estados Unidos “pana latino” se incrementan las posibilidades de una acción militar o de operaciones especiales u otras para impulsar una negociación entre los factores internos con participación de la comunidad internacional, con el fin de promover un cambio de régimen.
La opinión de este columnista es que tal evento, si fuera a ocurrir, no estará entre las primeras prioridades del nuevo inquilino de la Casa Blanca, por lo que es evidente que tendremos que ser los venezolanos quienes arreglemos nuestro entuerto y ello debe ser a través de negociaciones serias por más que sepamos que quienes hoy detentan el poder y ejercen írritamente el gobierno ya nos han engañado suficientemente, por lo que estamos “picados de culebra” y por tanto hasta al bejuco hay que tenerle miedo.