En la zarzuela del mismo nombre basada en la obra de Jacinto Benavente “La malquerida”, una historia cuyo núcleo es el amor prohibido entre un padrastro y la hija de su mujer, hay una copla que presagia lo que viene, y dice así: "El que quiera a la del Soto / tiene pena de la vida /por quererla quien la quiere / le dicen la malquerida".
Hoy, ciento diez años después, los venezolanos nos hemos convertido en los malqueridos del mundo. En ninguna parte nos quieren. Lo que ha sucedido estos últimos días con los inmigrantes expulsados -con la anuencia de México- es un “jab” frontal a nuestra crisis humanitaria, sin oportunidad de algún “clinch”, para decirlo en argot boxeístico.
Ciertamente, en los momentos por los que pasa el mundo, con la pandemia, la guerra en Ucrania -que es un conflicto que no sabemos cómo va a terminar- y todas las derivaciones que de ellas se desprenden, hiperinflación, disminución de puestos de trabajos, quiebras y un largo etcétera, no hay país, ni siquiera los Estados Unidos, que esté en capacidad de recibir el exponencial número de inmigrantes venezolanos que está llegando a sus fronteras. Pero devolverlos de la manera que los están devolviendo, tampoco puede ser la solución. La mayoría de esas personas vendieron hasta su última posesión material para salir de Venezuela... ¿es que nadie ha pensado que van a regresar en condiciones mucho peores de las que salieron, que ya es bastante decir?
Cierto... ¿por qué hago una pregunta tan tonta? Es que muchas veces me cuesta recordar que los gobiernos no tienen corazón, sino intereses. Ahora culpamos a Biden, pero hay que recordar que el primero que nos usó como parte de sus promesas electorales para ganar el voto de los venezolanos, fue Donald Trump. ¡Tantos que creyeron que iba a enviar a sus marines! Yo, en esa trampa no caí, por fortuna, porque nunca le he creído a Trump y tampoco quería que vinieran sus marines. Pero la culpa tampoco es de Biden.
La solución del problema migratorio venezolano es salir del régimen de Maduro. Pero eso no parece estar ni cerca, ni en el panorama de muchos países que han apoyado el gobierno de transición. Cada vez que llega enero uno pasa por el mismo sofocón de pensar qué van a hacer los “aliados” de los venezolanos de bien. Porque ya sabemos lo que quieren los amiguitos del régimen. Y pongo “aliados” entre comillas, porque ya no sé si en este mundo todavía queda alguien que recuerde -y se compadezca- de un país que durante tantos años abrió sus puertas y su corazón para recibir inmigrantes de todas partes del mundo. Mientras alguno me demuestre lo contrario, seguiré pensando que somos los malqueridos.
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