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Foto del escritorTrino Márquez

Petro y Lula: Su débil compromiso con la democracia venezolana



Los venezolanos somos los únicos capaces de garantizar la recuperación de la democracia en el país. Foto: modovisible, Pixabay

Los gobiernos democráticos de América Latina saben que, como lo expresó María Corina Machado, la contienda electoral venezolana “no es un proceso justo, limpio ni libre”. Desde que se realizó la Primaria, pocos días después de la firma del acuerdo de Barbados, el régimen ha mostrado su rostro más opresivo y cínico. La coerción ha ido golpeando

a distintos sectores sociales. En la primera fase, a finales de 2023, se limitó a intimidar y atacar a los dirigentes más prominentes y a los miembros de la Comisión Nacional de Primaria.


Ahora el abanico se abrió y las víctimas van desde dirigentes de Vente Venezuela y distintos

integrantes del comando de campaña de María Corina y Edmundo González, hasta humildes vendedoras de empanadas y dueños de modestos hoteles y hospedajes donde se detiene la comitiva del candidato de la Plataforma Unitaria Democrática y la líder nacional opositora en su recorrido por el país.


La maquinaria del Estado se alineó para sembrar pánico entre los electores y proyectar una imagen de solidez de la que el Gobierno carece. Nicolás Maduro y el PSUV colocaron en un plano muy subalterno la persuasión, dedicándose a mostrar sin rubor los colmillos

de la coerción.


En Venezuela, las elecciones no son libres ni justas porque el candidato de la Unidad, María Corina, los grupos que los acompañan y gran parte de la población, están sometidos al constante asedio del régimen; a la descalificación y persecución de los activistas; al chantaje

a quienes reciben las limosnas del Gobierno; a las declaraciones amenazantes de miembros del Alto Mando militar, que intervienen de forma impropia y sesgada en el escenario político.


Los detalles de ese ambiente tan hostil tienen que conocerlos los presidentes y gobiernos de la región. Para eso cuentan con embajadores en Venezuela. Especialmente, Gustavo Petro y Lula da Silva seguro están muy bien informados. Sin embargo, ambos decidieron no enviar a Venezuela observadores para la cita del 28 de julio, aunque aplaudo que Lula en una reciente conversación telefónica con Maduro le haya insistido en la necesidad de respetar los acuerdos de Barbados y aceptar observadores internacionales. ¿Entonces, por qué él no los envió?


El argumento esgrimido por Petro, expresado a través de su Canciller, resulta insólito. El embajador dijo ante los medios de comunicación que no había tiempo para preparar una delegación que cumpliera con los requisitos técnicos exigidos por Venezuela. La pobreza del razonamiento es insultante. ¡Ni que se tratara de participar en las elecciones en la India, donde votan más de seiscientos millones de personas y los comicios duran seis semanas!


Petro está acostumbrado a dar giros acrobáticos. Un día se declara partidario de promover el entendimiento entre el gobierno de Maduro y la oposición, y el otro, se desentiende olímpicamente de la suerte de la democracia venezolana, a pesar de conocer las condiciones tan adversas en la que transcurre la lucha de la oposición, y los esfuerzos que realiza para que el Gobierno y el CNE respeten la Constitución y la Ley de Procesos Electorales, ambos textos aprobados por ellos mismos hace ya bastante tiempo.


La decisión de Petro se produjo pocos días después de que el CNE, por orden del Gobierno, retirara la invitación a la Unión Europea para participar, en calidad de observadora, durante la jornada del 28-J. Ese comportamiento hay que asumirlo como un espaldarazo al desplante de

Maduro. A pesar de la constante ambigüedad del mandatario colombiano, no deja de sorprender su conducta, pues si algún país se verá seriamente afectado por un eventual –aunque poco probable- triunfo de Maduro, es Colombia. En la actualidad, cerca de dos millones y medio de venezolanos viven en esa nación. De ganar Maduro, el éxodo sería aún mayor y el impacto sobre la sociedad colombiana más profundo del que se observa en la actualidad.


Petro y Lula son las dos figuras más sobresalientes de la izquierda latinoamericana. Su papel el 28-J y las horas y días posteriores será crucial para que Venezuela no se desestabilice. Esperemos que la decisión de no enviar observadores a Venezuela no obedezca a una

componenda con el régimen, sino que sea producto de un error en la evaluación de lo que sucede en nuestro país y de lo que podría ocurrir a partir de la consulta comicial. Por ahora,

Maduro debe estar muy contento. A la negativa de Petro y de Lula, hay que contraponer el

entusiasmo de los gobiernos de Bolivia, Honduras, Nicaragua y Cuba, primos hermanos del gobierno de Maduro. Estos, animados por la invitación de Venezuela, enviarán delegaciones para ver cómo funciona "el mejor sistema electoral del mundo".


De nuevo se demuestra que los venezolanos, a través del compromiso con el cambio, la conducción del liderazgo nacional y la organización popular, somos los únicos capaces de garantizar la recuperación de la democracia y la reconstrucción nacional.


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