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Foto del escritorYelitza Rivero

¿Qué hacer con ellos?



Las sociedades receptoras olvidan que las migraciones forzadas son resultado de la crisis interna de un país. Foto: Archivo I21

En una visita al Museo de Arte Moderno de Bogotá asistí a la exposición “Estorbo” de la artista mexicana Teresa Margolles, la cual estaba compuesta de fotos, videos y objetos. La

exposición no dejó de afectarnos a los venezolanos que visitábamos el museo, pues mostraba la situación que estaban viviendo los migrantes venezolanos que cruzaban caminando desde Venezuela a Colombia. Era una de esas épocas de fuertes oleadas de nuestros conciudadanos.


La exposición, tal como su nombre nos permitía deducir, aludía tanto a la percepción que de

los migrantes se forman en la mayoría de las sociedades receptoras como a la nueva forma de vida que se estaba generando en las zonas cercanas al tránsito fronterizo. Teresa Margolles señalaba que los desplazados muestran dos realidades simultáneas, la que se está viviendo en el país de origen y lo que se vive en el país receptor.


El problema de la migración podemos pensarlo desde dos perspectivas muy generales pero

preocupantes. La primera, vinculada al recibimiento del diferente, de aquel que supuestamente no comparte lo nuestro. La aceptación o rechazo del migrante pareciese estar condicionada a su status social y económico. Muchos países vecinos se alegraron de recibir los médicos venezolanos con especialidades y trayectorias demostradas. Países europeos, como España, recibieron con total silencio a los nuevos ricos venezolanos, quienes compran casas lujosas con dinero del cual todos sabemos su procedencia ilícita. No corre la misma suerte el migrante clase baja, aquel que a duras penas tiene para un boleto de avión, en el mejor de los casos, y algo de dinero para subsistir algunos días. Sin dejar de mencionar aquellos migrantes dedicados a las actividades delincuenciales, que evidentemente no son bienvenidos en ningún lugar. Las sociedades receptoras olvidan que las migraciones forzadas son resultado de la crisis interna de un país, son muestra de la falta de institucionalidad, de seguridad, de posibilidad de vida digna, por lo que no sólo los mejores huyen, hasta la delincuencia busca un país con mayor potencial. No sólo recibirán a los médicos sino también al tren de Aragua. Esto nos conduce a pensar que a la sociedad receptora no le importa la causa de la migración, no hay simpatía sino exclusivamente el provecho que de tal situación puedan sacar.


Otro elemento a pensar es que en estos países que pierden gran parte de su población las

posibilidades de retomar un camino de estabilidad y crecimiento se vuelve cuesta arriba,

porque han perdido el talento humano y la costumbre de vivir en civilización y libertad.

Sumándole que aquel que goza del poder se puede afianzar cada vez más, pues sólo queda una sociedad indefensa. Pero aún de esta manera la migración se vuelve un negocio en tanto que las remesas que se generan pasan a ser un elemento influyente en la economía del país de partida.


El segundo enfoque de la migración es el tratamiento que hacen los políticos. Vemos cómo en nuestro continente el problema de la migración venezolana se hizo presente, para bien o para mal, en ciertos candidatos a cargos políticos. En las últimas candidaturas presidenciales de los Estados Unidos el tema no ha de dejado de estar presente en el discurso. Trump y Biden no escapan a ello. En este sentido, se puede afirmar que el tratamiento político del tema toma dos vertientes. Una, es la propuesta de aceptar a todos porque somos tolerantes a tal punto de admitir hasta a aquellos que no son tolerantes. Posición que llama la atención, porque no tiene sentido asistir a aquellos que pueden ir en contra de los derechos de aquel que lo recibe. Otra, es promover el rechazo de los migrantes porque no son como nosotros. De este enfoque ya hay una larga historia. Rumbo que parece querer revivirse en Europa.


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