Lo primero que debemos entender es que el proceso migratorio, cuando es forzado, implica pérdidas y ganancias para quien cambia de país.
El síndrome del inmigrante
Los inmigrantes tendrían claras ganancias en el nuevo destino. Esa ha sido la historia de la humanidad. Las personas salen de sus países para rehacer sus vidas y, en un altísimo porcentaje, lo logran. Los inmigrantes aumentan sus oportunidades de empleo y, de forma general, acceden a un mejor nivel de vida. Disfrutan de mejores servicios de educación para sus hijos y de un nivel de salud superior que no estaba disponible en el país de origen, y ganan nuevas experiencias culturales y sociales. Aprenden nuevos idiomas y amplían sus horizontes.
Por otra parte, desarrollan una nueva identidad multicultural y aprenden a integrar sus valores y costumbres de origen con los de la nueva sociedad, a la par que incrementan su red de contactos al establecer nuevas relaciones interpersonales. Sin embargo, buena parte de los emigrantes sufre de alguna manera lo que se conoce como “síndrome del inmigrante”, provocado por las probables pérdidas que sienten al estar en el nuevo destino. Una de ellas es la del idioma.
El problema de la identidad no es solamente personal. Hacer frente a la heterogeneidad étnica y cultural es uno de los retos más importantes a los que se enfrentan las sociedades europeas, de los Estados Unidos y de Canada abriendo un gran debate político social por la tendencia a una identidad pluricultural y multirracial en lugar de una cultura nacional.
En la historia de los Estados Unidos, la inmigración ha sido un factor significativo en su desarrollo como nación tanto política como social y económicamente pero el tema de la inmigración es ahora muy relevante para los conservadores.
La pérdida del lenguaje
El proceso migratorio implica un alto nivel de estrés, lo que puede repercutir en la salud mental de los inmigrantes. La mayoría de los emigrantes asiáticos a Australia, Europa o América, los emigrantes africanos a Europa u otros continentes, los inmigrantes en Estados Unidos procedentes de Hispanoamérica o Brasil, o los emigrantes europeos a otros países de Europa, suelen presentar lo que se denomina la “pérdida de la lengua materna”. El lenguaje es vital para cada persona. Es parte indivisible de su identidad personal y de su propia seguridad e intimidad. Todo lo que hace está relacionado con la forma de comunicarse con su entorno. Se piensa, se habla, se aprende, se enseña, se debate, se enamora, se sacan cuentas en la mente, se pide auxilio, se juega, y hasta la propia conciencia y hablar con la Divina Providencia están en el idioma original. Es el primer idioma que una persona aprende de su mamá en su primera infancia y que utiliza para conectarse con sus seres queridos en su hogar y en su comunidad, e incluso para “hablar” consigo mismo.
Para cualquier persona, el lenguaje primario tiene un significado profundo y una gran trascendencia y alcance en su identidad cultural. A través de ese lenguaje se le han transmitido sus tradiciones, su historia, los valores de su cultura de origen y su música, por lo que es una parte integral de cada persona y está intensamente arraigado en su experiencia de vida. Por ello, perderlo o dejarlo conllevará parte del duelo y del desarraigo de la inmigración, y los inmigrantes experimentan que los niveles de estrés aumenten, excepto en los niños muy pequeños, que hacen suyo el idioma preescolar nuevo, aunque tienen el riesgo de perder el idioma de mamá.
En cuanto a la conexión emocional, el lenguaje original es una herramienta de comunicación de las emociones.
La discriminación por el idioma
Al no hablar bien el idioma del país o con una entonación diferente en el lugar donde se inmigró, el actual creciente clima antiinmigrante y la discriminación, impactan la vida de los inmigrantes. Muchos de ellos son segregados en el empleo, en sus vecindarios, en las agencias de servicios y en las escuelas. Las razones incluyen el estado migratorio, el color de la piel, las habilidades lingüísticas y los niveles de ingresos y educación, y la forma de hablar. Los inmigrantes a menudo son vistos negativamente producto de falsos estereotipos que tienen consecuencias negativas para el bienestar.
El lenguaje corporal
Además del estrés por no saber expresarse bien en otro idioma distinto al materno, también aparecen los problemas de la expresión corporal. Moverse o gesticular depende del idioma y puede variar en función de la cultura. Si vemos el uso de las manos en el caso del gesto de “ok” —formando un círculo con el índice y el pulgar—, se utiliza para indicar que todo está bien en muchas culturas occidentales. Sin embargo, en Brasil, este mismo gesto se considera ofensivo y se utiliza como un insulto.
En cuanto al contacto físico, como un abrazo o el beso en la mejilla, puede ser visto como una muestra de afecto y cercanía en algunas culturas, mientras que en otras se considera invasivo, inapropiado o como un abuso.
En algunas culturas asiáticas, como la coreana, el contacto físico entre personas para saludarse no es común, mientras que en algunas culturas de América Latina el contacto físico sí lo es, incluso, entre personas que no se conocen bien. El contacto visual es interpretado de manera diferente entre culturas distintas. Las variaciones culturales se han mencionado en estudios como uno de los factores para explicar las diferencias en el procesamiento de las emociones.
En la estadounidense, se espera que las personas mantengan un contacto visual directo mientras hablan, ya que esto se considera una muestra de sinceridad y honestidad. Sin embargo, en algunas naciones asiáticas, como la japonesa, el contacto visual directo puede ser visto como una muestra de falta de respeto o de agresión.
En el caso de los deportes, gritar “gol” —¡gooool!— es una expresión muy europea e hispana. En el fútbol americano, cuando se marca algún tanto, los estadounidenses no gritan “gol”, sino que utilizan una expresión diferente, como lo es “touchdown”. Esta palabra en inglés significa “tocar el suelo” y hace referencia al momento en que un jugador de fútbol americano entra en la zona de anotación con el balón en sus manos. Cuando se anota, los aficionados suelen celebrar con entusiasmo, coreando la palabra “touchdown” o simplemente gritando y aplaudiendo. También es usual que se utilicen otros cánticos o expresiones de ánimo, dependiendo del equipo y de la región en la que se juegue. En algunos partidos de fútbol americano en Estados Unidos, los aficionados corean el número “1-80” como parte de una tradición de animación en los estadios. Es una forma de animar al equipo y de demostrar el apoyo a todos los jugadores individuales.
En Bulgaria, para decir “sí”, se mueve la cabeza hacia los lados, y para decir “no” se mueve de arriba abajo, lo contrario de la mayoría de los países. Esto también ocurre en algunas otras naciones de Europa del Este, como Grecia y Turquía, y resulta confuso para alguien que no está familiarizado con estas costumbres. La razón detrás de esta práctica no está clara, pero se cree que podría tener sus raíces en las culturas antiguas de la región. También se ha sugerido que podría estar relacionado con la influencia del Imperio Otomano en la región durante siglos, ya que los turcos tienen una costumbre similar.
El gesto del pulgar hacia arriba es ampliamente reconocido en muchas culturas y contextos como un símbolo positivo, como en América del Norte, Europa, y Australia, donde generalmente significa "bien hecho", "de acuerdo" o simplemente "OK". Es un gesto de aprobación o de que todo está bien. Asimismo, levantar el pulgar mientras se está al lado de la carretera es un gesto usado para pedir un autostop o aventón, pero su significado puede variar dependiendo de la región. En algunos países del Medio Oriente y del Mediterráneo, este gesto puede ser ofensivo, ya que se asocia con una obscenidad. Por lo tanto, es importante ser consciente del contexto cultural cuando se utiliza este gesto en esos países.
El "signo de shaka" es un gesto con la mano que consiste en extender el pulgar y el meñique mientras se mantienen los otros tres dedos (índice, medio y anular) cerrados. Es un símbolo de saludo, amistad, y respeto, especialmente asociado con la cultura hawaiana o la comunidad de surfistas. También es un símbolo en otras culturas que evoca una sensación de relajación y solidaridad.
Por otra parte, existen en el idioma español en Hispanoamérica expresiones idiomáticas, los refranes, que no son iguales en otros idiomas. Los anglosajones pueden tener refranes equivalentes en su significado, aunque no digan literalmente lo mismo. Los refranes castellanos en comunidades de habla inglesa difieren. “Más vale prevenir que lamentar” es un típico refrán latino, pero no se traduce en inglés de forma literal, la cual sería: “Better safe (prevent) than sorry”. El refrán equivalente en inglés es: “An ounce of prevention is worth a pound of cure”, que se traduce en español: “Una onza de prevención vale una libra de cura”. Otro refrán muy popular en español es: “No hay mal que por bien no venga” y en los países de idioma inglés su equivalente es “Every cloud has a silver lining” que literalmente en inglés es: “Cada nube tiene un resquicio de plata”. El equivalente en inglés del refrán “En boca cerrada no entran moscas” es “Silence is golden” (El silencio es oro); en el caso de “A quien madruga, Dios le ayuda”, su igual en inglés es “The early bird catches the worm” (El pájaro madrugador atrapa al gusano). La tendencia de cada inmigrante será traducir estos refranes literalmente de un idioma a otro y serán poco entendidos en el país de destino. Igual ocurre con las palabras vulgares como “carajo”, “pendejo” o “coño” y lo que ellas expresan no será igual en otros idiomas distintos del español. Estas palabras groseras generalmente van asociadas a momentos emocionales fuertes, y se pronuncian en buena parte automáticamente como un “arco reflejo”.
En Hispanoamérica, es común utilizar la palabra “¡Dios!” o la expresión “¡Dios mío!” en momentos de sorpresa, asombro o admiración. Estas expresiones son una forma de invocar a Dios en momentos de intensidad emocional, y pueden utilizarse de distintas formas dependiendo del contexto y la entonación. Es importante mencionar que el uso de estas expresiones puede variar dependiendo del país y la región, y en algunos lugares existen otras palabras o expresiones similares que se utilizan con el mismo propósito.
En países de habla inglesa, es común utilizar la expresión “Oh my God!” (¡Oh, Dios mío!). En Estados Unidos se utiliza en momentos de asombro o sobresalto. Esta expresión es considerada parte del lenguaje cotidiano y se utiliza con frecuencia en situaciones informales. Sin embargo, también es oportuno mencionar que algunas personas consideran que el uso de la expresión “Oh my God!” es ofensivo o inapropiado desde un punto de vista religioso, y prefieren utilizar expresiones alternativas, como “Oh my goodness!” o “Oh my gosh!”, que tienen un tono similar pero no involucran la palabra “Dios”. Otras expresiones análogas que también se utilizan en inglés en estos contextos incluyen “Wow!”, que se ha adoptado en el español directamente del inglés y se usa en contextos similares, aunque el vocablo no se reconoce por la Real Academia Española.
Inseguridad en el lenguaje
No poder expresarse correctamente provoca una sensación de inseguridad que acompaña por largos años al emigrante. Aun al aprender a hablar el nuevo idioma, el distinto acento lo hará diferenciarse del común y de alguna forma el emigrante se siente y lo aprecian diferente, y esta diferenciación —aunque no existiera discriminación— siempre molesta. El lenguaje original tiene un significado propio para un individuo, ya que está estrechamente ligado a su identidad cultural, su conexión emocional, su capacidad de comunicarse efectivamente y su comprensión de la cultura. Esta pérdida en buena parte del lenguaje original puede tener un impacto notable en los inmigrantes y lleva a que algunos se sientan desconectados de sus raíces y que tengan problemas para transmitir su cultura a las generaciones futuras, a la par de las dificultades para comunicarse en el nuevo país en el idioma local.
El caso de Juan y Margarita
Los abuelos de Katherine y Beatrice son de origen hispano, y sus nietas nacieron del matrimonio de su hijo Miguel y de su esposa estadounidense Emma. Se han criado en Estados Unidos. Katherine y Beatrice hablan en inglés porque su mamá Emma no habla español. Las nietas —ya en primaria— solamente hablan inglés. Juan y Margarita, como abuelos, disfrutan a Katherine y Beatrice. Se reconocen como familia y se demuestran cariño, pero no pueden comunicarse en profundidad, más allá de las muestras de afecto familiares y de algunas expresiones, porque no hablan inglés, lo cual disminuye la interacción abuelos-nietos. Este caso nos demuestra cómo en apenas tres generaciones (“abuelos-padres-hijos”) se pierde la comunicación en muy buena medida por la carencia de un idioma que comunique a la primera con la tercera generación en una familia.
El caso de Olivia
En una ocasión, mientras daba su clase una profesora de español, Susana, en un colegio privado en Estados Unidos, una niña, Olivia, estaba distraída y respondía a regañadientes las preguntas de la educadora. Cuando Susana se acercó a Olivia y cordialmente le preguntó qué le pasaba, la alumna le dijo que ella no quería hablar el lenguaje de las “nannies”. Este nombre señala a las personas que cuidan niños en los Estados Unidos... Profesionales de la conducta han descrito que algunos hijos de padres inmigrantes que nacieron en Estados Unidos o llegaron siendo bebés, y que hablan el inglés como primera lengua, tratan de no hablar el idioma de sus padres para no sentirse discriminados o sujetos de bullying.
Ser bilingües
Corrientemente, si los emigrantes no hablan el nuevo idioma, tendrán dificultades para encontrar trabajo o para avanzar en sus carreras. Esto los lleva a sentirse excluidos socialmente. También tendrán barreras en la atención médica, estarán en aprietos para explicar de qué padecen y no comprenderán las instrucciones médicas. Todo esto contribuye a una disminución de la calidad de vida.
La superación de la pérdida del lenguaje original de un sinnúmero de inmigrantes es un proceso que requiere un respaldo en el ámbito de la educación y la integración cultural. Algunas estrategias que ayudan a superar esta pérdida del lenguaje primario deben contar con dos elementos: por un lado, fomentar el aprendizaje a la vez que el mantenimiento del lenguaje original. Esto puede hacerse a través de la familia y los grupos de amigos del mismo origen en conversaciones a diario, y mediante la participación en eventos culturales del país de origen. De igual forma, escuchando noticias en radios del idioma original, viendo programas y participando activamente en las redes sociales en el lenguaje materno. Esto tiene que incluir la lectura de libros y la escritura.
El segundo elemento —tan vital como el anterior— es promover el aprendizaje del idioma local; aprender el nuevo idioma será fundamental para la integración y la comunicación efectiva. Se debe asistir a clases del idioma y seguir programas tutoriales o sesiones de conversación para adquirir habilidades expresivas. Los profesionales de la conducta ofrecen apoyo emocional a los emigrantes, brindándoles un espacio seguro para expresar sus sentimientos y ayudándoles a encontrar formas de adaptarse y de superar los desafíos que enfrentan durante su transición cultural.
Los gobiernos locales deben promover la inclusión y la diversidad cultural para que los emigrantes se sientan valorados y respetados en su comunidad de acogida. Al ganar el segundo idioma sin perder el lenguaje original, los inmigrantes se sienten ciudadanos completos, y con la ventaja sobre quienes solo hablan uno. Poco a poco superan el duelo de esta pérdida y recuperan y aumentan su seguridad. Ahora hablarán, aprenderán, enseñarán, debatirán, enamorarán, harán el amor, pedirán auxilio, jugarán y harán de todo en los dos idiomas. Asimismo, llorarán, se reirán y sentirán la música —de ambas culturas— con expresiones bilingües.
Adicionalmente, se debe tomar en cuenta que los ciudadanos nacidos en el país donde se encuentra el inmigrante tienen el derecho de preservar su propia lengua, por lo que ambas partes deben llegar a acuerdos para que exista un espacio de integración. Estamos en un mundo cada vez más globalizado y todas las personas tendremos que relacionarnos cada vez más con distintas culturas e idiomas. De allí la importancia de que cada inmigrante busque a sus paisanos y se encuentre para promover el mantenimiento de su cultura y de su idioma, asistiendo a las comunidades existentes de su país de origen o creando sus propios centros de estudio, porque normalmente las autoridades municipales o federales de los países solamente dictan cursos en su idioma.
En general, para atender la pérdida del lenguaje materno en inmigrantes, lo pertinente es ayudar a la persona a mantener y mejorar sus habilidades de comunicación en su lengua materna y a conectarse con su cultura de origen, simultáneamente con el aprendizaje del nuevo idioma y enlazarse con la nueva cultura. Un consejo para las comunidades de inmigrantes en otro país: búsquense unos a otros, compartan sus alegrías y tristezas, no pierdan contacto con sus familiares y amigos, ayúdense entre sí, y sobre todo ¡no se autodiscriminen!, sientan el orgullo de su origen y raíces. Entre las otras pérdidas del emigrante destacan la pérdida de la cultura y de las costumbres, la del medio ambiente y del entorno, la pérdida de la orientación o ubicación geográfica, la del posicionamiento social y la pérdida de la seguridad personal, las cuales trataremos en otra oportunidad, sin olvidar las ganancias de los inmigrantes, como las oportunidades económicas, el disfrute de mejores servicios públicos, de sistemas de salud y de una superior educación, así como de presentarse más opciones para comprar una casa y elevar el nivel de vida, de ganar una nueva cultura, un nuevo estatus y más respeto de los derechos humanos y civiles. En definitiva, se trata de alcanzar mayor felicidad, sea en el caso de verse obligado a emigrar para la supervivencia, o de hacerlo conscientemente en la búsqueda de ser más felices.
María Mercedes y Vladimir Gessen, psicólogos
(Autores de “Maestría de la Felicidad” y de “¿Quién es el Universo?”)
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