Luego de la insólita inhibición de la Corte Suprema de Justicia, que le permitió a Donald Trump aspirar de nuevo a la presidencia, su campaña estuvo basada en bulos, amenazas, especialmente a los inmigrantes ilegales, descalificaciones e insultos, primero a Joe Biden y luego a Kamala Harris, y el uso continuo de clichés para referirse a los problemas capitales que confrontan Estados Unidos y el planeta. Uno de sus flancos de ataque favoritos fueron algunas de las instituciones norteamericanas más representativas: el voto anticipado (no sabemos qué dirá ahora cuando votaron más setenta y cinco millones de norteamericanos por esa vía) y la prensa independiente, alguna de la cual se deslindó de él desde hace años por su marcada tendencia a mentir de forma descarada y adulterar la realidad.
Su estilo pugnaz le permitió conectarse con ese amplio sector de la ciudadanía descontenta, que terminó dándole una victoria cómoda e inapelable, que le permitirá gobernar con holgura. Obtuvo la mayoría en la Cámara del Senado y en la de Representantes. Esto le confiere un poder enorme, como pocos presidentes norteamericanos han tenido.
Esa inmensa concentración de poder en manos de un líder que no está acostumbrado a construir consensos ni a negociar con sus opositores, representa un serio peligro para la democracia norteamericana. En su primera administración, durante el período 2017-
2021, de acuerdo con algunos de sus asesores más cercanos, Trump se caracterizaba por tomar decisiones inconsultas e improvisadas, que luego les informaba a quienes debían ejecutarlas. Su forma de gobernar era errática. No obedecía a ningún libreto previamente discutido y acordado con su gabinete. Eso ocurría a pesar de que no contaba con la
mayoría parlamentaria. Ahora alcanzó la victoria en el voto popular y en los colegios electorales, instancia que finalmente designa al Presidente de la República.
Para este nuevo período, Trump tendrá la mayoría en las dos Cámaras, así como en la Corte Suprema de Justicia. En otras palabras, en un país presidencialista como Estados Unidos, el Presidente carecerá de contrapesos institucionales que atenúen su inmenso poder. Solo
quedarán los órganos de la sociedad civil, entre ellos la prensa, que tendrán la responsabilidad de exigirle rendición de cuentas a una persona que no está acostumbrada a rendirle cuentas a nadie, y que cuando lo hace es con cifras y datos amañados.
Las tendencias autoritarias de Trump tendrían que ser mitigadas por las otras instituciones del Estado. Sin embargo, insisto, el Congreso y la Corte Suprema probablemente se plieguen a sus deseos de forma sumisa. Las primeras víctimas de sus caprichos podrían ser los
inmigrantes ilegales. Trump basó gran parte de su oferta electoral en la promesa de expulsar del país a este sector. Eso significa que debería eyectar a varios millones de personas que se encuentran de forma irregular en el territorio norteamericano. Este ofrecimiento, casi
imposible de cumplir por las dimensiones de esa población, solo podría satisfacerse violando los derechos humanos de esa franja de ciudadanos.
En una nación acostumbrada a la denuncia por parte de los medios de comunicación, es muy probable que surjan conflictos entre el Gobierno y los medios informativos. Será esa una oportunidad para evaluar hasta dónde estaría dispuesto Trump a respetar las normas que establece el Estado de derecho.
Otro reto importante será su decisión en torno a los responsables del asalto al Congreso el 6 de enero de 2021. Durante su campaña señaló en diferentes oportunidades que quienes formaron parte de esa turba eran unos héroes, y que, de obtener la victoria, los exoneraría de todo cargo y responsabilidad. Según su óptica, los Proud Boys y otros grupos
de sediciosos son unos valientes que defendieron su victoria, arrebatada por un hipotético fraude. Los subversivos podrían ser elevados a la condición de ídolos, violando la sensatez y la ley.
La democracia norteamericana será sometida a una dura prueba durante los próximos cuatro años. El sistema institucional tendrá que enjaular las tendencias autocráticas del señor Trump, acostumbrado a dirigir el Gobierno como si se tratase de la junta directiva de alguna de sus empresas.
Es probable que la economía crezca durante su ejercicio. Pero, el Gobierno de la primera potencia mundial y líder del Occidente democrático, no puede ser evaluado solo ni fundamentalmente por su desempeño económico. Existen otros factores que deben estar presentes en esa ponderación. El funcionamiento de su modelo democrático y su contribución al fortalecimiento de las democracias y la libertad en el mundo, tienen que formar parte de sus obligaciones con el resto del planeta.
Ya veremos cuál es su comportamiento. Su campaña y su trayectoria deja numerosas dudas y sospechas bien fundadas.
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