
Por estos días están cumpliéndose tres años de la injustificada e infame invasión de Rusia a Ucrania. Vladímir Putin, el déspota ruso, creyó que se trataría de una guerra relámpago –una Blitzkrieg, habrían dicho los nazis-, pero resultó que la mayoría del pueblo ucraniano, temeroso del yugo ruso, y el joven presidente Volodímir Zelenski, quien había alcanzado popularidad como actor cómico en la televisión, le plantaron cara. Una operación que supuestamente sería fulminante, le ha costado al ejército ruso casi un millón de bajas, entre muertos y heridos, según el servicio secreto británico (SIS). Los ucranianos, por su parte, han sufrido más 400.000 bajas. Su infraestructura ha sido seriamente dañada o destruida. Han sido atacadas centrales eléctricas, vías de comunicación, hospitales, escuelas. Hoy pueden verse pueblos abandonados y arrasados por la saña del invasor.
Con la fuerza expedicionaria, Putin violó los Acuerdos de Budapest, firmados en 1994 por Ucrania, Rusia, Estados Unidos y Reino Unido, en los cuales Ucrania renunciaba al arsenal atómico heredado de la era soviética, a cambio de que la Federación Rusa respetara su
integridad territorial y su soberanía, alcanzada en 1991. Para justificar la incursión, Putin esgrimió que no aceptaría bajo ninguna circunstancia que Ucrania se incorporara a la OTAN o a la Unión Europea, pues la seguridad de Rusia correría peligro. Esta razón era engañosa: la OTAN siempre ha utilizado su poderío militar con el fin de disuadir, jamás para atacar a ningún país fuera o dentro de Europa.
Al parecer, Donald Trump desconoce la historia de las tensiones existentes entre Rusia y Ucrania a lo largo del ultimo siglo: desde el Holomodor, entre 1932 y 1933, en pleno período stalinista, hasta las protestas de 2014, cuando miles de ucranianos se manifestaron en las
calles de Kiev contra la interferencia rusa en las elecciones de ese país, negándose a admitir que un líder prorruso se entronizara en el poder.
El desconocimiento de las fricciones entre ambos países; el desprecio por la resistencia heroica de los ucranianos y de Zelenski, y por el respaldo de las naciones europeas al país agredido; y, finalmente, su afán de borrar todo vestigio de las políticas de Joe Biden en el plano internacional, lo han conducido a cometer exabruptos incalificables, entre otros: propiciar un diálogo con Putin ofreciéndole concesiones –por ejemplo, que Ucrania no puede aspirar entrar en la OTAN- aun antes de haberse sentado con Rusia en la mesa de negociaciones; excluir a Ucrania y Europa de la ronda inicial de conversaciones; y, ahora,
señalar a Zelenski de ser el responsable de iniciar la guerra y calificarlo de “dictador sin elecciones”.
Además, mintió de forma descarada, como suele hacerlo –y como parece ser uno de los principios que rigen su conducta, de acuerdo con lo que aparece en El Aprendiz, la película que narra parte de su biografía- al decir que el líder ucraniano solo cuenta con 4% de apoyo en su país.
La verdad es que el Presidente ucraniano, según los más recientes sondeos de opinión realizados por el reconocido Kyev International Institute of Sociology (KIIS), es apoyado por 57% de los ciudadanos. Por otra parte, la Ley Marcial que rige en Ucrania luego de la incursión rusa prohíbe convocar elecciones mientras no se pueda garantizar que estas
sean “seguras y competitivas”. Desde luego, que una nación bajo el constante acecho de los drones, misiles y todo el arsenal de las fuerzas de ocupación, no puede brindar las garantías mínimas.
No creo que las insolencias de Trump sean únicamente producto de su insondable desdén por el conocimiento y su enfermiza megalomanía.
También está presente su concepción del nuevo orden internacional y del papel que le corresponde jugar a Estados Unidos y a Europa en este contexto, especialmente en lo que se refiere a la solución de la guerra en Ucrania. Esa visión quedó claramente dibujada en la intervención de J.D. Vance, el vicepresidente, en la Conferencia de Seguridad de Múnich, donde apuntó que el enemigo de Europa no es Rusia ni China, ni ninguna potencia extranjera, sino los propios europeos, quienes atentan contra la democracia y la libertad, por tratar contener el auge de movimientos emergentes. Resulta sencillo deducir que Vance cuestionó el cordón sanitario alrededor de la ultraderecha antieuropeísta y xenófoba que existe en Alemania. Luego de su exposición, para despejar dudas, se reunió con Alice Weidel, la líder de Alternativa para Alemania (AfD). El Vicepresidente, quien hace algunos años acusó de Trump de ser el Hitler norteamericano, no tuvo ningún escrúpulo en presentar sus ideas en Alemania, cuna del nazismo.
Queda claro que a Trump le atraen los hombres fuertes. Uno de ellos, tal vez el más fuerte, es Putin. Se inclina por llegar a pactos con un autócrata que concentra todo el poder, y que amaña las elecciones de Rusia y otros países. Prefiere esta opción, a tejer laboriosos acuerdos con la Unión Europea, foro que reúne a veintisiete naciones, a las que considera débiles y confusas.
La exclusión del Viejo Continente y Ucrania de las conversaciones en Riad, capital de Arabia Saudita, revelan que para el magnate norteamericano el reto no consiste en defender los valores de la democracia y de Occidente, sino reconfigurar el mundo según su visión
imperial. La democracia que se hunda.
Ese nuevo orden, que debe atemorizar y alertar a los demócratas del mundo, fue delineado en Múnich. La exclusión de Ucrania y Europa representa el prólogo. Por fortuna, Zelenski y los líderes europeos parecen haber tomado nota de esta nueva realidad y han resuelto actuar.
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