Este mes de julio se celebra el 456 aniversario de Caracas, ciudad que hoy en día nos genera un sentimiento de amor-dolor. Son varias las riquezas que nuestra capital tenía y que recuerdo con mucha nostalgia. Las ciudades como cualquier otro espacio de actividad social se desarrollan en función de esa actividad total o parcialmente: una ciudad financiera, una ciudad de los juegos, una ciudad de la tecnología, una ciudad industrial. Pero las ciudades que sobreviven son las que fueron levantadas teniendo en mente tanto al individuo como su
encuentro con los otros, son aquellas ciudades donde los lugares públicos son el referente.
Plazas, bancas en las aceras, cafés, fuentes de soda, espacios donde tranquilamente podemos sentarnos simplemente a ver la gente pasar, tomar un breve descanso, encontrarnos con los amigos o con el amor. Caracas tenía esos lugares y con ellos unas cuantas historias. En la llamada cuarta República era común ver en la Plaza Bolívar padres con sus hijos alimentando a las ardillas y palomas, grupos de turistas y de visitas guiadas de estudiantes recorriendo el centro de Caracas, gente escuchando una retreta vespertina, con el típico paseo a la casa natal de Bolívar. Con la llegada de Chávez la plaza pasó a tener una de las esquinas más famosas de nuestra época, la llamada Esquina Caliente, que no tenía ese objetivo. Esta esquina se caracteriza por la presencia de grupos oficialistas violentos, con la misión de amedrentar, atemorizar y hasta de atacar a los opositores incluyendo a magistrados y diputados. Además, esta misma plaza pasó a ser el centro de concentración de los empleados públicos obligados a engrosar las marchas oficialistas, cada uno con su obligatoria franela roja-rojita. Los alrededores de la plaza Bolívar también se vieron afectados con la llegada de la revolución.
Además de la huida de perezas, palomas, ardillas e iguanas varios edificios fueron
expropiados, incluyendo algunos que pertenecían al gobierno y fueron cedidos a estos grupos violentos, lo que se ha traducido hasta en enfrentamientos con cuerpos policiales. Todo esto pareciese ser parte de una narrativa de realismo mágico, mágico en el sentido de hacer desaparecer. Así, la plaza Bolívar pasó de ser un punto de encuentro genuino y amigable a un espacio de violencia, a veces explícita, a veces latente.
Si pasamos del centro al oeste de Caracas el panorama se vuelve gris, y no es sólo porque la
vice-presidenta de seguridad ciudadana haya obligado a todos los locales comerciales a pintar de dicho color sus fachadas, sino que además la actividad comercial ha decaído
vertiginosamente. El gris en el ánimo y en las paredes parece ser el color de esta revolución,
más que el cacareado rojo-rojito. Basta con visitar ciertos comercios emblemáticos como el
Mercado Municipal de San Martín y los centros comerciales (Los Molinos, Galerías Paraíso,
Multiplaza Paraíso, Centro Comercial La Villa, Multiplaza Victoria, etc.), ambos tipos de
comercios con gran cantidad de tiendas y locales cerrados. Sin duda, el poder adquisitivo de las personas de los sectores populares se ha desvanecido. Pero el cierre no ha sido sólo de locales comerciales, el Teatro de San Martín corrió la misma mala suerte. Aunque era un teatro de dimensiones pequeñas, su ambiente era acogedor y familiar, sus obras y talleres culturales eran referencia entre los vecinos, ya desde hace unos cuantos años mantiene sus puertas cerradas como los tradicionales cines del centro de Caracas.
En los sectores populares encontramos una nueva actividad para entretenimiento pero penosa, y son las constantes colas por diversos artículos básicos. Así, la adquisición de gas doméstico controlado por los Consejos Comunales y colectivos, se realiza sin aviso previo y obliga a los habitantes a estar atentos al llamado para realizar la correspondiente fila para obtener el preciado producto. Lo mismo que para la llegada del agua, para recibir las bolsas los Comités Locales de Abastecimiento y Producción, CLAP y para la obtención de gasolina y gasoil. ¿Será que el gobierno siente rechazo por los habitantes de los sectores populares? ¿Será que la estrategia es dejarlos ciegos para que después den gracias cuando les regalan el bastón?
Otro componente de nuestra ciudad que vale la pena mencionar es el metro de Caracas y la
vialidad de la ciudad. El metro de Caracas desde mi infancia y hasta ya en mi vida
universitaria era el medio de transporte más rápido, seguro y que conectaba la ciudad desde el oeste al este. Hoy en día usar el metro de Caracas es señal de ser osado, paciente y enérgico. Osado porque las fallas de los trenes son constantes, muchos de ellos ni siquiera cuentan con aire acondicionado, si no pueden mantener el sistema de aire, ya nos podemos imaginar la unidad de frenado. Paciente porque entre la partida de un tren y la llegada de otro pueden pasar infinitos minutos. Enérgico para poder subir y bajar todas las escaleras, pues las escaleras mecánicas generalmente se encuentran fuera de servicio. El metro de Caracas
debería aclarar que no se hace responsable del desplazamiento de personas con bebés, niños pequeños, lisiados, discapacitados, personas de la tercera edad. Lo que no deja de
sorprenderme es que en los andenes del metro se coloque un plano con más 10 nuevas
estaciones que no existen ni existirán.
El otro elemento que se ha visto afectado durante los últimos años es la vialidad, con suerte en algunos sectores el asfaltado se parece a la vestimenta de un payaso, que se componen de distintos trozos de tela, convirtiéndose el pavimento en una cadena interminable de parches.
Los lugares menos afortunados sufren la difícil tarea, irónicamente, de tener que decidir en
cuál de los huecos caer. Esto evidencia que nuestros gobernantes no recorren nuestras calles o sus camionetas son resistentes a estos problemas que sufren el común de los mortales.
Me queda corto el espacio y el tiempo para decir todo lo que hemos perdido de nuestra ciudad, pero mantengamos en el imaginario la posibilidad de recuperar aquella Caracas que aún con sus apremios nos permitía disfrutarla.
¡Qué diría Isidoro!
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