¿Y qué c… pasa en los cuarteles?, fue la grosera expresión del general Marcos Pérez Jiménez, la noche del 22 de enero de 1958, cuando el aroma de un cuartelazo llegó a su nariz. Las diferencias saltan a la vista, Rómulo, Rafael y Jóvito no se prestaron para mantener al ilegítimo en la silla de Miraflores. Ellos manejaban otros principios. Al filo de la medianoche, vísperas del 23 de enero, el tachirense estaba con sus edecanes y personal de confianza que cerca de la media noche pedían autorización para acribillar al enardecido pueblo que luchaba para lograr un cambio de rumbo en el país.
El general de brigada Luis Llovera Páez, ministro de Relaciones Interiores de la dictadura, llegó al despacho de Pérez Jiménez diciendo que los del Cuartel Barcelona, en Anzoátegui, estaban alzados. Rafael Pinzón, secretario de la Presidencia, le preguntó sobre el impacto de ese alzamiento, a lo que Llovera respondió que, militarmente, era mínimo por la escasa cantidad de efectivos que tenía.
Sin embargo, Llovera señaló que el problema de ese alzamiento era que obligaría a las otras guarniciones a definir si apoyaban a los rebeldes o a los leales, con el peligro de que ese hecho se convirtiera en una guerra civil. “Hay brigadas de muchachos y mujeres que contienen el avance de la Guardia Nacional y de la policía. A esta hora solo tenemos control de algunas zonas del centro de la ciudad y los alrededores de Miraflores”, sentenció Llovera.
El dictador le pidió al mayor (Av.) José Eusebio Cova Rey que hiciera una ronda por los cuarteles de Caracas para conocer la situación de primera mano. A su regreso, el mayor le informó a Pérez Jiménez: “¡General! Los comandantes desconfían de sus subalternos y estos de los jefes. Ya ni siquiera se puede contar con la lealtad del Batallón Bolívar”.
El rechazo de la población civil ya la conocía el dictador, pero la situación de los militares tampoco le era favorable. Las guarniciones navales no acataban órdenes de nadie. El comandante de las fuerzas navales comunicó a los buques de combate que no cumpliría las órdenes de Miraflores. En simultáneo se produjo el alzamiento de la Escuela Militar de Caracas y los cadetes tomaron posiciones de combate en sus alrededores.
En las calles, el pueblo dirigido por líderes civiles, avanzaba hacia el palacio de gobierno, enfrentándose a los batallones que resguardaban el perímetro. El pueblo unido le perdió el miedo a las balas y cañones. Pérez Jiménez se sintió perdido. Sus adversarios políticos, a quienes no pudo dominar con las balas y la tortura, lo habían acorralado. Desde inicio de la década de los 50, el dictador lideraba un régimen de terror que violentaba los derechos humanos y que utilizaba a la temible Seguridad Nacional, como fuerza de choque interna contra la disidencia militante. Dirigido por Pedro Estrada, el cuerpo de seguridad implementaba la tortura como método sistemático de interrogatorio y la desaparición física para silenciar la disidencia.
Parte de la alta dirigencia de Acción Democrática fue pasada por las armas: Cástor Nieves Ríos, Leonardo Ruiz Pineda, Alberto Carnevali y Antonio Pinto Salinas, entre otros, se cuentan entre las víctimas de los torturadores y asesinos del régimen dictatorial. Otros se encontraban en la clandestinidad esperando la caída del autócrata.
El hasta entonces hombre fuerte de Venezuela, acorralado por la insurrección popular y demolido su respaldo en las Fuerzas Armadas, decidió huir del país, junto con un pequeño grupo de leales. Pidió aprovisionar un barco, para salir a una isla del Caribe, pero sus colaboradores le recordaron que el destructor Brión dominaba las aguas por las costas de La Guaira. Decidió entonces utilizar la opción del avión, como única posibilidad de escape. El mayor Cova Rey logró un plazo de dos horas para que el dictador buscara a su familia, tomara el dinero de la partida secreta y emprendiera la huida hacia República Dominicana.
El avión presidencial, un Douglas C-54 Skymaster, conocido como “La Vaca Sagrada” estaba parqueado en la base aérea de “La Carlota”, hacia allá se dirigió el dictador. Eran las dos de la madrugada del jueves 23 de enero, cuando Pérez Jiménez abordó el avión. El aeropuerto estaba en tinieblas y las luces de balizaje nocturno nunca se encendieron con la finalidad de no ser ubicados por las baterías antiaéreas.
Poco después del despegue del “7-ATT”, siglas oficiales del avión presidencial, irrumpió en la radio la voz de Fabricio Ojeda y es entonces cuando Venezuela entera conoció al hombre que desde la clandestinidad presidió la Junta Patriótica y dirigió la insurrección del pueblo venezolano y de algunos sectores de las Fuerzas Armadas. A la caída del dictador se instaló La Junta Patriótica al mando del Vicealmirante Wolfgang Enrique Larrazábal Ugueto y los coroneles Carlos Luis Araque, Pedro José Quevedo, Roberto Casanova y Abel Romero Villate.
Hace pocas horas se cumplió 65 años de la gesta histórica protagonizada por el pueblo venezolano, guiada por algunos líderes políticos y acompañada por sectores de las fuerzas armadas que, en conjunto, conquistaron la ansiada libertad para Venezuela en la segunda mitad del siglo XX. Hoy, seis décadas y medía después de estos hechos, nuestro país se encuentra, de nuevo, sumido en una época de oscurantismo político, social y económico, ¿Será que nuevamente necesitamos líderes que se acerquen a la talla de los que sembraron y cultivaron la gesta libertaria de 1958? La historia ha demostrado que, la fuerza del pueblo es indetenible ¡Cuándo se lo propone!
¡Buen artículo! Gracias por compartir esta publicación informativa y esperamos con ansias la última. geometry dash world