
El delito cometido por Donald Trump contra las instituciones democráticas de Estados Unidos y del mundo tiene que recibir un castigo ejemplar. Debe ser inhabilitado de por vida para que jamás vuelva a ocupar un cargo de elección popular. Su conducta no es producto de un error circunstancial, sino el resultado de una estrategia diseñada para disfrazar una derrota electoral que era previsible, debido a su pésimo manejo de la crisis provocada por la pandemia. No fue que se equivocó.